De qué sirve decir que no tenemos una Constitución militante, si el proyecto del país en que vivimos es el de un periodismo militante, una judicatura militante, un CIS militante y un Gobierno exageradamente militante. Me imagino que esto debe llenar de gozo a los militantes, pero al resto los deja sumidos en una gran indiferencia, cuando no en una tibieza que, sin ser militante, sigue la inercia de lo políticamente correcto.
Es una situación extraña ante la que no me atrevo a hacer pronósticos, justamente porque no soy militante de nada que no sea el compromiso con mi lógica particular. Luego me pongo a pensar y concluyo que esa también es una militancia, más egoísta, si cabe, que todas las demás. Lo único que la diferencia es que no es de grupo y así no se va a ninguna parte. A pesar de todo, despojarse de cualquier influencia militante es lo que te hace ser creíble en un sector donde la desconfianza se lleva la palma a la hora de formar una opinión.
Hoy he visto a un conocido comentarista en estas redes manifestar su voluntad de tirar la toalla ante el panorama que observa cada día, sin darse cuenta de que el recrudecimiento de las posiciones es la reacción de aparente fortaleza a las situaciones de palpable debilidad. La prueba de lo que digo es que después de la negociación de los decretos omnibus, del distanciamiento con Europa y la OTAN, del informe de los letrados del parlamento y un largo etcétera de acontecimientos en contrario, Tezanos nos sorprende con una encuesta donde el PSOE vuelve a estar dos puntos por encima del PP. ¿Qué ha ocurrido para que esto sea así? En todos los círculos se ha impuesto el pesimismo de que de esta no se sale, que todo se estrellará en el tribunal de Conde Pumpido y que la prensa seguirá subiendo a los altares al señorito que le paga.
Las cosas no son así. La realidad es otra. Esa que algunos no quieren ver porque la plantean desde sus ópticas de militantes de la otra parte. De vez en cuando, raramente, leo en El País artículos que no coinciden con la opinión del juez Bosch o del catedrático Pérez Royo, pero son suficientes para demostrar que hay alguien que piensa de otra manera. Luego están los reconocimientos de las asociaciones a informadores como Vallés, Alsina o Franganillo. Vivimos una etapa en la que el tiempo se vuelve loco, en turbulencias dramáticas, como el clima. En apenas ocho meses hemos pasado de la tragedia del 28 M a la euforia del 23 J, de la amenaza de un rechazo a la investidura al éxito de una mayoría de 179 escaños, de una amnistía anticonstitucional a otra con plenas garantías, de una cesión integral a un acuerdo firmado de aquella manera.
Todas estas contradicciones me indican que existe una inestabilidad que amenaza con crecer a medida que avance la legislatura. Las reacciones de euforia para generar confianza son equivalentes a las de sacar al santo en procesión cuando las cosas se ponen feas. Aquí, como somos aconfesionales recurrimos a Tezanos para que nos suba la moral. Al fin, se trata de un asunto entre militantes.