OPINION

Legislar la tolerancia

Juan Pedro Rivero González | Jueves 11 de enero de 2024

Cuando el marco cultural es estrecho, difuminado, inestable o líquido, para poder convivir no queda otro remedio de legislarlo todo. Y cuando todo se legisla es inevitable que, incluso las mismas normas sean contradictorias dependiendo del paragua cultural debajo del que nos situemos. Si lo pensamos un poco nos reconocemos en esta situación.

Estamos huérfanos de una cultura común que genere vínculos entre los diferentes. Y a falta de ella, luchamos por una estrecha seguridad que nos garantice lo propio como fundamental. No juzgo el hecho, pero es bueno describirlo.

Para un horizonte amplio de convivencia ya ni los Derecho Humanos, recogidos y proclamados, nos terminan de servir. Cada uno se hace fuerte detrás de aquellos derechos que fortalece su isla vital, descuidando el océano inmenso de vientos y corrientes múltiples en el que navegamos. Hace falta una cultura de los Derechos Humanos en su amplio horizonte y, sobre todo, en sus hondos fundamentos. Volver a su primigenia inspiración y comprender su sintonía de conjunto. Y esta es otra tarea que está por delante.

Para este camino hacia una sociedad reflexiva debemos equiparnos bien. No basta con aprender a reivindicar este o aquel derechos, sino a descubrir la belleza del conjunto y comprender que no se dan los unos sin los otros. El principal equipo es el pensamiento crítico anclado a la herencia buena del pasado. Ese equilibrio fino entre lo dado y lo construido. Una racionalidad abierta y capaz de ser argumentativa por amor a la verdad de lo real. Y, sobre todo, una tolerancia seria y verdadera. No es fácil tolerar de verdad. Porque hacerlo nos saca de nuestro paragua y nos invita al descampado de lo variado, distinto y plural.

Cuando la tolerancia se legisla es porque no es verdadera tolerancia; le falta fundamentos sólidos y es incapaz de fraternidad verdadera. Ya sabemos que sin capacidad de amar al prójimo la tolerancia es una mera norma. Pero a falta de pan, buenas son tartas.

Para pensar críticamente necesitamos la razón que se interrogue por las cosas, pero también la sabiduría de un pensamiento profundo. No será crítico si no es pensamiento, como no será pensamiento si no es críticamente sólido. Esto se inicia educativamente en las aulas de infantil y primaria. Desde el principio habrá que incorporar al “eso no; caca” que decimos al bebé, la motivación verdadera del daño que le produce tocar, hacer, decir, etc., tantas cosas que estrenamos.

No nos conviene llegar tarde a la renovación de esta sociedad planchada e igualada por abajo en la que salir de nuestra pequeña pantalla es una tarea imposible ya para algunos. Sin vínculos y sin horizontes, lo único que veremos es la punta de nuestros propios zapatos. Así de ensimismados nos encontrará el futuro. Cuando peor, tropezaremos con nosotros mismos y caeremos sobre el bien de los demás como loza pesada e inaguantable.

Siempre nos quedará el “París” legislativo.


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