OPINION

La cafetera

Julio Fajardo Sánchez | Martes 09 de enero de 2024

El diseño de una cafetera es algo que se resiste a desaparecer. Ahora hay distintas máquinas que cuelan el café de unas cápsulas, pero las antiguas siguen siendo perfectamente identificables y representativas del objeto que representan. Hay cosas tan rotundas que no desaparecen nunca y aunque su función se quede obsoleta estarán ahí, proclamando lo que son, como las cunas alpinas que hoy son revisteros o los quinqués a los que se les ha añadido una lámpara led.

Es lo que Levi Strauss llama fisión semántica. Un término desarrollado por Umberto Eco en su “Estructura ausente” y que Juan Daniel Fullaondo aplica al proceso creativo. La cafetera sigue representando al mismo objeto aunque yo ya no me haga el café en ella, lo mismo que la pipa de Magritte después de la ley antitabaco, que superó a aquellas de arcilla que se encuentra Lara Maiklen rebuscando en las orillas del Támesis. Parece que hay cosas que no cambian nunca y que se resisten a ser sustituidas por las exigencias de la modernidad.

Eso es lo que mantiene al mundo en una constante cultural que sobrepasa los relevos de la evolución. La verdad es uno de esos intangibles que acompañan a la comunidad para hacer posible una convivencia basada en la fiabilidad. Esto quiere decir que si durante un tiempo entra en crisis, ya tendrá oportunidad de reponerse porque es una cualidad que puede considerarse como invariante en las relaciones humanas.

Hace unos días escuché a alguien diciendo ingenuamente que mentir no era lo mismo que no decir la verdad. No sé dónde está el matiz diferenciador. Quizá sea un problema de diseño al elaborar el aserto, como esa cafetera que ofrece distintas apariencias para hacer el café que propone George Clooney. Una cafetera seguirá siendo siempre una cafetera y la verdad será un antónimo de la mentira, a pesar de que las conveniencias aconsejen decir lo contrario.

La Humanidad ha pasado varias veces por momentos en los que se demuelen valores que responden a eones culturales fortalecidos en el tiempo, pero todo se supera, como las tormentas, detrás de las que volverá a salir el sol. Las modas son pasajeras y son inmediatamente sustituidas por otras, porque se hacen cansinas y acaban aburriendo con su insistencia por uniformarnos. La cafetera seguirá estando ahí, a pesar de que nadie la proponga como patrimonio inmaterial. El día que eso ocurra pasará directamente a las estanterías de los museos. La que tengo para el café que viene en cápsulas podría pasar por una máquina para hacer rosquillas, o cualquier otra cosa. Luego está el fabricante, que pretende ser único y original con el diseño creando alrededor del objeto un océano de confusión. Hay tantos prototipos como marcas de café, y todas luchan por imponer su idea de sustitución falsa de la realidad, como ocurre con el mundo de las ideologías y de las virtudes construidas en base a la necesidad. Tengo varias cafeteras de las de antes, y confío que dentro de cien años serán identificadas como lo que son. Dudo mucho que las otras lo consigan y pasarán a ser el tormento de los futuros arqueólogos.

Con la verdad ocurre lo mismo, y agotado el almanaque volverá a tener el significado de siempre.