Si yo fuese un crítico con fundamentos, podría contar lo que sucedió anoche en el Círculo de la Amistad XII de Enero, analizar la calidad de lo que allí se interpretó, juzgar el ritmo, la sonoridad, la dirección o elección de las piezas musicales, etcétera, pero no soy crítico.
No obstante, no me conformo; algo me dice que debería reseñar un acto que consiguió emocionarme, y precisamente eso es lo que intentaré trasladar en los párrafos siguientes.
La semana pasada recibí una invitación, en la que una persona amable, me invitaba a asistir a un “Concierto de Navidad”, a cargo de la Orquesta de Cámara y el Coro Carmen Rosa Zamora, de la Escuela Municipal de Música de Santa Cruz de Tenerife.
Al estudiar la propuesta, sin pensarlo nada, decidí que iría, es más, también comprometí la participación de mi esposa.
En una apropiación indebida de consentimiento, aseguré a mi corresponsal, que allí estaríamos.
Sabía que no existirían controversias, porque hacía un tiempo ella había lo propio, pero en sentido inverso, afirmando por su cuenta y riesgo que iríamos a un concierto del mismo coro en el Teatro Guimerá.
De resultas de aquella asistencia se alumbró un artículo que luego se publicó en este mismo diario, pero volvemos a la propuesta.
En el encabezado de la misma, escrito con letras blancas sobre fondo amarillo, se mencionaban los honores del remitente: “Una sociedad, abierta, plural, participativa, democrática y solidaria”, que a lo largo de decenios de existencia recibió las Medallas de Oro de Canarias, de Tenerife, de la Ciudad, y la Placa al Mérito Turístico.
Además de consignar a los organizadores, el propio Círculo, la Escuela Municipal de Música, y el Ayuntamiento, destacaba día, hora y lugar del acto: "Lunes 18 de diciembre, a las 19.30 horas, en el Teatro del Círculo de la Amistad XII de Enero. Entrada libre hasta completar aforo.”
Llegamos temprano, y acomodados en las primeras filas percibíamos el murmullo que anunciaba que detrás las localidades estaban siendo ocupadas a ritmo incesante.
Los más retrasados -el acto inició puntualmente- deberían disfrutarlo de pie.
Una persona de la Comisión Directiva, tras los agradecimientos, presentó a una integrante del coro, quien sería la encargada de explicar el desarrollo del concierto y las obras que interpretarían.
Cuando se abrió un telón rojo el escenario luminoso dejó ver a los integrantes de la orquesta de cámara y a su directora, si no conté mal 16 personas, dispuestos a interpretar un programa que yo debería consignar, si fuese un crítico con fundamento.
Como no lo soy, ni siquiera tuve la precaución de tomar notas. En realidad no estaba allí para juzgar, sino para disfrutar, con todos los sentidos posibles, lo que estaba a punto de comenzar.
Me encantó el compromiso, los gestos, las actitudes de los miembros de la orquesta, que conseguían transmitir entusiasmo al auditorio y agradecer con generosidad cuando los aplausos intensos rubricaban las ejecuciones.
En aquel momento estábamos de parabienes, el premio para los esfuerzos de los docentes por enseñar, de los alumnos por aprender, resonaban por toda la sala, transformando horas de estudio y ensayo en minutos de regocijo.
Luego el telón, cumpliendo su cometido de señalar intervalos, se cerró. Cuando volvió a dejar pasar la luz mostró que los músicos e instrumentos habían dejado paso al coro, numeroso, que ocupaba una gran superficie del escenario.
Si fuese un crítico con fundamento podría glosar los temas que interpretaron, muy inspirados, no voy a hacerlo, excepto con uno en concreto, el segundo, con música de Ariel Ramirez.
La letra, de Feliz Luna me trasladó a otros lugares queridos donde lo escuché por primera vez: “A la huella, a la huella / José y María / por las pampas heladas / cardos y ortigas.”
Cantaron, recibieron felicitaciones y después de cuatro canciones el telón se volvió a cerrar. A pesar de eso el espectáculo seguía abierto, porque faltaba la culminación, cuando la orquesta de cámara se integró al conjunto coral,
Mientras esto sucedía, pensaba en el esfuerzo, en las ganas, en las voluntades necesarias para que tantísimas personas, alcanzasen a mostrar lo que estaban mostrando.
Y todo, logística, luces, sonidos, teatro pleno, a cambio de nada, o mejor por la aspiración de cumplir una misión trascendente, en la que el arte se subordina no al lucro material sino a la mejora del espíritu.
Probablemente, este artículo no sirva para nada más que para agradecer, a todas las personas que dan tanto sin pedir nada a cambio, capaces de mostrar otros valores, que pocas veces se coronan en reconocimiento.
Por eso agradezco el regalo a todos los entusiastas, que el lunes 18 de diciembre, en el Círculo de la Amistad, regalaron buenos deseos envueltos en música y sentimientos a una audiencia que conectó con ellos.
Fue un recordatorio, una vez más, de esas ocasiones en que la magia explota cuando las personas se unen en esfuerzos dirigidos al alma.