OPINION

La señora Fernández

Juan Pedro Rivero González | Jueves 14 de diciembre de 2023

La autodefinición que hizo fue “un trampito”. La formulación pretendía algo así como “hecha polvo”, como cuando el cansancio y el malestar se conjugan de tal manera que uno tiene la sensación de “no servir para nada”. Sin embargo, cuando queremos decir que alguien es valioso, se suele decir que lo mismo “sirve para un roto como para un descosido”. Y la expresión también hace referencia a un pedazo de tela. Escuchar “trapito” podemos hacerlo en este doble sentido. Tengo, para mí, que la expresión, admitiendo ambos posibles significados, en la Sra. Fernández, hace referencia mejor a la segunda acepción.

No servimos para todo, pero todos somos valiosos. Siempre que nos situamos ante una persona podemos comenzar sintiendo que estamos ante un alto valor potencial, o ante alguien que posee un escaso valor. Si sentimos que tiene mucho valor, acertamos. Recuerdo al amigo Agustín Yanes, que murió con más de noventa años y desde la infancia era sordo, que siempre decía que las personas solo son inútiles cuando pierden la capacidad de amar. Y la capacidad de amar es inherente a la vida de toda persona. Somos capaces de amar y ser amados. Somos valiosos. Muy valiosos.

La Señora Fernández tiene valor. Incalculable. Como lo tienen todas y cada una de las personas de este mundo. La que son y las que fueron. Y, por supuesto, las que serán. Ninguna persona tiene precio, solo tiene valor.

Imaginen que hablamos de una mujer migrante, una adolescente embarazada que estuvo a punto de ser denunciada por adulterio, sin recursos económicos y fuera de su país de origen. Este perfil es dramático y puede despertar en nosotros una valoración de difícil futuro. Pero si acudimos al evangelio de Lucas, a los dos primeros capítulos, resulta que podemos estar hablando de Santa María, la Virgen, y de los momentos previos al nacimiento de Jesucristo.

Me gustaría concluir con aquella invitación que le hizo el Papa a los jóvenes en Lisboa este pasado mes de agosto. Decía que “el único momento en el que estamos autorizados moralmente a mirar a otra persona desde arriba es cuando le ayudamos a levantarse”. O dicho en el sentido en el que venimos comentando, no hay personas a las que tengamos derecho a mirar desde arriba, como si su valor fuera escaso o inexistente. Desde el mismo momento en el que se nos pueda ocurrir infravalorar a otra persona, comenzamos a perder nuestro propio valor.

¿Por qué titular con un apellido esta sección de opinión?

Podría haber sido cualquier otro apellido. Este es uno concreto y peculiar que tiene nombre previo de mujer, embarazada y en proceso. No tiene la dificultad que tuvo la Madre de Jesús, pero sí el mismo y sagrado valor; porque lo que está por venir llega en nombre del Señor.

La alegría del adviento decorará este próximo fin de semana. Domingo rosa. Del valor de la alegría hablaremos otro día.


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