Podríamos convertirnos en jueces descontextualizados y comenzar, desde el sillón en el que la actualidad anda sentada, a calificar de válidos o inválidos los hechos acaecidos. Ciertamente no son hechos neutrales en la historia. Todos tuvieron causas y consecuencias. Y algunas hicieron sufrir a personas o aliviar sufrimientos. Pero están ahí, en las efemérides de la historia a las que podemos tener acceso en cualquier enciclopedia bien ilustrada. No podemos decir que no existieron esos acontecimientos. Nos gusten o no nos gusten, ocurrieron. Y la historia es la forma científica de indagación en los hechos del pasado. Seguro que otros recordarán fechas actuales en las que están ocurriendo hechos que, aunque nosotros los normalizamos, resultarán escandalosos en el futuro si los historiadores de entonces no usan de la empatía histórica necesaria para comprender y explicar el por qué ocurren las cosas.
La historia se cambia en el presente. Yo solo tengo el hoy para escribir mi historia. La sociedad puede generar herramientas de justicia o de injusticia en el presente, pero lo que dejemos de hacer dejará señales en el tiempo futuro que, tal vez, en la fachada de un edificio quede plasmada como un recuerdo tan elocuente o tan vacío como la fecha que hoy yo contemplo desde la ventana. Todas las demás re-escrituras, por mucho esfuerzo que hagan, solo tendrán fuerza de presente, pero no cambiarán el pasado.
La historia es maestra. Pero para aprender de la historia hemos de estar atentos: conocerla bien y sacar consecuencias. Como cualquier disciplina, la historia necesita y merece una actitud investigadora seria y rigurosa para no ideologizar las fuentes ni para esconder hechos por interés personal o de grupo. La historia necesita valentía y humildad para reconocer la verdad que las fuentes nos ofrecen, aunque haya fealdades y errores que, por mucho que los queramos obviar, siempre estarán allí gritando su verdad.