OPINION

Condenando suavemente

Julio Fajardo Sánchez | Sábado 14 de octubre de 2023

Las ideologías vuelven a partir al mundo en dos. En una controversia política puede existir la esperanza del acuerdo, de la utilización de la razón para convencer, no para vencer, como se dice en el juego de palabras, pero cuando las divergencias ocupan los lugares de los antiguos bloques hay una inercia que nos lleva a colocarnos como partidarios de un lado exclusivo ante los conflictos, como si las cosas no hubieran cambiado y siguiéramos en los balbuceos de la revolución.

Eso hace que cierta izquierda simpatice con Putin y con Hamás independientemente de lo que hagan. La única razón es que tienen enfrente al enemigo de toda la vida. A esto se le llama desacertadamente progresismo. El progresismo tiene un marchamo de intelectualidad que se pierde cuando empieza a chalanear con el postureo. Entonces los terroristas dejan de serlo, aunque la mayor parte de sus asesinatos se hayan producido en una democracia y cualquier justificación de quitarse de encima al tirano dejó de tener sentido.

Estamos viviendo un tiempo de confusión donde las militancias regresan a las viejas trincheras, como si hubieran sido víctimas de la opresión del imperio durante todo el tiempo. Las guerras santas se convierten en santas aunque no compartamos la fe en los dioses que las provocan. Los atentados con miles de muertos son recibidos con simpatía porque le están pegando al enemigo allí donde más le duele, a pesar de que la mayoría de los muertos sean inocentes. En este estado de cosas es difícil posicionarse. Es mejor ser moderno y progresista y pensar que las Torres Gemelas estuvieron bien tiradas, y que Hamas entra a degüello en los kibutz para rebanarle el cuello a personas indefensas, como si fuera el ángel exterminador, en nombre de la libertad.

Alguien me ha enviado un video de un palestino respondiendo a un periodista que le pregunta si condena los atentados y me pregunta qué pienso. Es absurdo que a estas alturas se pueda hacer esa pregunta. ¿Qué voy a pensar? Nada. Si no condeno me llamarán rojo y si condeno me llamarán facha. Estamos en lo mismo de siempre. Qué pérdida de tiempo la de los funcionarios de Exteriores intentando la foto con Biden para ahora hacer un desmarque discreto. No sé cómo hay que explicarlo. Biden es incompatible con Sumar, con Belarra, con Bildu y con tantos otros con los que se cuenta para levantarle la casulla al cura y así pueda oficiar la misa.

Ahora celebramos el día de la Hispanidad mientras desde el Gobierno se asegura que es el aniversario de un genocidio. Estamos al mismo nivel que Maduro, cuando dice que al palestino Jesucristo lo asesinó el imperio español. Con todas estas cosas, comprenderán que no esté dispuesto a opinar ni a decir quién tiene la razón, porque el debate se ha trasladado a lo de siempre. Las nostalgias revolucionarias vuelven a situarnos en una parte del mundo que tiene como objetivo enervar a la otra.

En este clima se pretende que tomemos las decisiones acertadas. El ambiente está muy contaminado. Me da pena hablar así, pero es la verdad. Al menos es la verdad que siente alguien que evita estar contagiado por las excesivas dosis de ideología que se derraman en las editoriales. Cualquier excusa es buena para que ardan París, Londres y Nueva York. Conmigo que no cuenten en esta guerra. Ya le he dicho a mi amigo que no voy a opinar, que piensen lo que quieran, que me da igual.