Un amigo que siempre me reenvía lo que le mandan por whatsapp para comprobar si es un fake, como si yo fuera un oráculo infalible, me hizo llegar ayer por la tarde la exhortación del papa Francisco, Laudate Deum. No sé por qué no se fiaba de su veracidad. Tal vez sospechaba que era cosa de activistas, que se servían del nombre de su santidad para desplegar sus avisos amenazantes. Porque la Laudate Deum va sobre cambio climático, y ya se sabe todo el negacionismo que hay en torno a este asunto.
Le contesté que el texto que me había enviado había salido directamente del Vaticano, que era tan auténtico como una de las sábanas baratas que vendía don Amado, y que Bergoglio había hecho una confesión de adición incondicional a san Francisco de Asís, coincidiendo con su onomástica, en su declaración sobre la biodiversidad y el amor a todas las especies vivientes.
No obstante le advertí que prestara atención a lo que dice al final del texto: “Un ser humano que pretende ocupar el lugar de Dios se convierte en un peligro para sí mismo”.
Quizá en esta última frase se encierra la intención del contenido global del exhorto. ¿Existe realmente el temor de que algunos hombres vuelvan a sentirse como dioses e impongan un panteísmo supremo para dominarnos a los demás? Algunas veces he pensado, y en esto coincido con el papa, que hay doctrinas que actúan en nombre de un proteccionismo a ultranza, intentan imponer sus dictaduras como si fueran divinidades a las que nada se les puede discutir. Por eso le dije a mi amigo que prestara atención a la última frase del escrito de Francisco, porque así entendería que lo que pretende es protegernos del fundamentalismo que va implícito en el resto de su mensaje.
Después he concluido que estas cosas no me tienen que impresionar, que los hombres inventaron a los dioses para después poderse encarnar en ellos y mostrarnos así su poder absoluto. Lo malo es cuando colocan a una idea por encima de todo, algo intangible a lo que hay que adorar por inalcanzable. En el mundo antiguo esto se resolvía con dioses domésticos, uno para cada cosa. El peligro es deberle culto a una globalidad que no podemos controlar, porque entonces aparecerán los inquisidores dispuestos a quemarnos o a cortarnos la cabeza cuando sospechen que estamos atentando contra su verdad indiscutible.
Francisco es un papa realista que se aleja de la potestad que le otorga la revelación, y se adapta a las urgencias que dictan los foros, aparentemente tan ajenos al sentido religioso de la vida. El abrirse a determinadas emergencias, como la de la igualdad de sexo, o la climática, le ha provocado la oposición de algunos cardenales, en forma de dubia.
Todo está cambiando en el mundo, al tiempo que todo se resiste a cambiar. Siempre ha sido así, como dice Lampedusa en El Gatopardo. Sucede por el fatalismo de confundir el tiempo cronológico con el ontológico. Por eso algunas cosas nos parecen exageradamente rápidas y un Gobierno de cuatro años, que es menos que un soplo, se nos presenta como una eternidad.
Nuestra historia está sembrada de anuncios catastróficos, que siempre han sido superados por el conformismo de la confianza en Dios. El problema está en que cuando se presenta una profecía paramos todos los relojes menos el que persigue implacable su cumplimiento. Recordemos a Malthus. Si hubiera sido verdad lo que postulaba estaríamos todos muertos. También es cierto que, gracias a él, se pusieron en marcha las investigaciones para corregirlo, y aquí seguimos.