Vigo ha vuelto a iluminar al mundo. Esta ciudad pontevedresa es conocida por las excentricidades de su alcalde en Navidad. Cada año se supera en el número de luces LED que iluminan la ciudad. En las pasadas, Abel Caballero, que así se llama el personaje, encendió hasta 11 millones de bombillas anunciando en varios idiomas que Vigo estaba iluminando al planeta. Y lo ha vuelto a hacer pero esta vez ha sido una boya.
Vigo está rodeado de rías. Más de 300 kilómetros de las famosas Rías Baixas albergan un área metropolitana de trece municipios. Esas rías dan cobijo a una boya díscola que ha echado un cubo de agua fría a la comunidad científica que defiende el cambio climático.
Resulta que durante 34 años se ha estado recopilando información sobre la temperatura y la salinidad de las aguas. El resultado ha sido que todo está idéntico al año de arranque del estudio: 1987. El efecto en las aguas del cambio climático ha brillado por su ausencia.
Recuerden que en la década de los ’80 los más osados veían el mundo cubierto por las aguas del mar allá para el año 2000. Estamos en 2023 y los chalés de primera línea de mar de entonces no son ruinas bajo el agua. Al contrario, Bill Gates, adalid del cambio climático entre otras catástrofes, compró en 2020 la mansión más cara a pie de playa en San Diego (California). 43 millones de dólares es el valor del inmueble y lo ha comprado a pesar del riesgo que él mismo anuncia en otros foros, de que el aumento de los niveles del mar la engullan y pase a valer nada.
La susodicha boya de Vigo ha dejado perpleja a la comunidad científica. Después de 34 años, los científicos del Centro Oceanográfico de Vigo intentan quitar hierro al asunto diciendo que las aguas de la ría se renuevan periódicamente. Como si la cacareada fusión de los casquetes polares afectara a una parte del planeta y no a otra.
Pero la boya no está sola.
Más de 1.600 científicos y profesionales, que incluyen dos premios Nobel, niegan la emergencia climática y cuestiona el ecologismo dominante que augura catástrofes naturales por culpa de un calentamiento global causado por el hombre al emitir dióxido de carbono (CO2) a la atmósfera.
Su tesis se encuentra en un Manifiesto titulado “No hay emergencia climática”. En él destacan la existencia de una corrupción de parte de la ciencia que amenaza la economía mundial y la vida de millones de personas en el planeta.
Ignoro si firmó el documento, pero hasta Patrick Moore, Fundador de Greenpeace (ahí es nada), afirma que el CO2 es el nutriente más importante para el planeta. Sin él estaríamos muertos. Su lucha es hacer ver a la gente que nos están manipulando. Concluye que en 50 años veremos que esta emergencia climática fue una fabricación con unos intereses determinados.
Que el clima está en continuo cambio no lo discute nadie. Ayer mismo iniciaba el fin de semana disfrutando con un documental sobre la Cuba salvaje. En una zona determinada de ese maravilloso rincón vive una marabunta de cangrejos de tierra que se adaptó a su nuevo entorno rocoso. El narrador apunta que esas rocas puntiagudas en el interior, con árboles enganchados a la vida sobre ellas de manera asombrosa, fueron en su día un arrecife de coral pero el mar desapareció con el paso del tiempo, contado en milenios. También sabemos que el Sahara era una enorme pradera.
El cambio climático ha ocurrido siempre, incluso cuando cualquier atisbo de vida no había poblado el planeta, mucho menos la del tardío Homo Sapiens.
La teoría que más me convence sobre estos cambios de temperatura que han afectado a nuestro planeta, es que la actividad del sol no es constante porque la órbita de la Tierra es irregular, es decir, la distancia entre el Sol y la Tierra cambia constantemente en una elipse cambiante. Además, existe un “movimiento inercial del sol” que hace que el astro tampoco esté fijo en un punto. De ahí las variaciones de temperatura.
Afirmar que el calentamiento global lo ha causado el ser humano es osado pero es lo único que escucharemos en televisión porque tras ese sentimiento de culpa que nos quieren imponer existen una clara intencionalidad.
Si el cambio climático no posee unanimidad científica y predomina una línea, veremo lo que hemos visto recientemente.
En nombre de la ciencia se tomarán determinaciones políticas y legislativas. Las televisiones harán el resto para inculcar el miedo. Probablemente no verán en ningún informativo el Manifiesto firmado por 1.600 científicos y profesionales ni tampoco la boya de Vigo.
Nos culparán por ir en coche al trabajo, nos medirán la huella de carbono que cada uno de nuestros actos y nos limitarán nuestro comportamiento si consideran que no procede en nombre del cambio climático.
El World Economic Forum ya ha anunciado el número de prendas que deberíamos comprar al año, el número de calorías que deberíamos ingerir al día y la cantidad de lácteos que debemos tomar.
Del “deberíamos” al “debemos” o al “tenemos que…” hay un paso. Y llegará con la aparición del dinero digital centralizado.
La gente de a pie tenemos dos opciones. Permanecer callados y acatar las ciudades de quince minutos o los confinamientos climáticos saliendo a aplaudir a las ocho; o salir a la calle pacíficamente con una boya en la mano para recordar a quien proceda que la boya de Vigo no vio nada diferente en la temperatura de sus aguas en 34 años.