OPINION

JMJ-2023 en Lisboa

Juan Pedro Rivero González | Jueves 03 de agosto de 2023

Recuerdo con frecuencia aquel comentario irónico sobre la rapidez con la que pasan de los años de juventud; comentario hecho, sin duda, por quienes sienten que esa etapa se esfumaba y se pierde como agua entre las manos al ritmo inevitable del tiempo. Dice así: “La juventud es una enfermedad que cura el tiempo”. No estoy de acuerdo. La juventud se pierde cuando desaparece de nuestro horizonte vital la ilusión y la esperanza; cuando se instala la lógica del “se acabó, y toca esperar”. Mientras mantengamos deseos en el corazón, ánimo en la voluntad y una ilusión en la mente, la juventud se mantiene. Hay jóvenes de edad, envejecidos por la desesperanza; de la misma manera que hay viejos con un brillo juvenil en la mirada. Es un concepto espiritual. Ser o no ser jóven va más allá de la edad biológica.

Los jóvenes han sido convocados a Lisboa para un encuentro con el Papa Francisco. En esta ocasión la convocatoria se dirige directa y principalmente a los que son cronológicamente jóvenes. De cuerpo y de alma. Las jornadas mundiales de la juventud, propuestas e iniciadas por el Papa Juan Pablo II en la década de los 80, han supuesto una extraordinaria ocasión para muchos de nosotros. Una forma de experiementar la globalización buena: la catolicidad. Para disfrutar de cuanto de común existe entre quienes hablamos lenguas distintas y poseemos experiencias culturales diferentes. Una experiencia de verdadera fraternidad universal.

Así esta siendo en Lisboa este año. De primera mano estoy siendo testigo de esta experiencia. El lunes en Estoril no cabían en el Parque dispuesto para el encuentro de los jóvenes españoles. La experiencia del sacramento del perdón ha cobrado una relevancia especial. Pero de todo eso, bien porque lo imaginemos, bien porque lo podamos seguir por los medios de comunicación, estamos ya siendo informados. Lo que no se dice es lo que ocurre en el silencio de cada corazón joven estos días. Ese toque divino que solo se percibe cuando se recubre con las formas externas de una fiesta; como ocurría con el “hombre invisible” que solo se le veía recubierto de su gabardina.

Vemos formas externas de guardar silencio y meditar, de saltar y cantar, de bailar y reír. Vemos todo ese engranaje de formas que vincular y expresan el hilo conductor interior e invisible de la gracia. Detrás, incluso, de las caras cansadas y las experiencias de pérdida del grupo, hay hilo musical. Más allá de las colas infinitas para hacerse con un bocadillo y una fruta para la cena hay hilo conductor. Esa verdad que anida en tantos corazones solo la puede conocer la mente infinita de Dios. Pero ahí está, inevitablemente presente detrás de sus rostros de buscadores y buscadoras del deseo más hondo y universal de nuestro corazón: “quiero ser feliz”.

Este es el secreto. Para ser feliz hay que pasar por la experiencia del encuentro. Los otros son el lugar en el que ha sido escondido el sentido de la vida y el don impredecible de la felicidad. Por eso la visita de María a su prima Isabel en un momento de necesidad se ha convertido en lema de estas jornadas. Sin pasar los el otros no nos encontramos a nosotros mismos. Fuimos soñados como fraternidad universal. Somos sociales.


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