OPINION

El Hormiguero

Julio Fajardo Sánchez | Jueves 29 de junio de 2023

Dos entrevistas seguidas en El Hormiguero de Pablo Motos. Dos entrevistas diferentes como obliga la división ideológica de los dos líderes nacionales: Sánchez y Feijóo. En El País apenas hacen mención a la de este último, lo cual quiere decir que no estuvo mal. El balance es desigual. Mientras uno dice que la economía va como una moto, hasta el punto de hacernos olvidar un periodo de inestabilidad e incertidumbre con una coalición que no se ha esforzado en disimular que se llevan como perros y gatos, a pesar de las sonrisas y los besos de Yolanda, en el otro se concentran las perversiones de un futurible: de unos pactos que, de ser comparables con algo, lo serían con los que hemos sufrido en la realidad hasta el momento.

En La Vanguardia hablan de quién tuvo más aplausos. En esto parece que ganó Feijóo, pero no nos debemos fiar porque en televisión estas cosas están calculadas y a veces pregrabadas en ese paquete al que se llama recursos. Los que entendemos de esto sabemos de qué va la cosa. La realización es fundamental. Tanto o más que el carisma del presentador. Puede mucho el zoom de una cámara acercándose al primer plano a la hora de aportar veracidad a lo que se dice. Es un gesto más potente que una mano en el corazón. También la iluminación juega un papel importante a la hora de aportar intimidad, así como la elección de la música y de las imágenes que se ven al fondo. Para un espectador pasivo estas cosas son las que cuentan, incluso más que las palabras.

Estas cosas y la alusión a que lo único que va a llamar la atención de un niño de seis años, una imagen muy potente para la audiencia, está centrada en lo que digan las hormigas, Trancas y Barrancas. Tengo la impresión de que Sánchez se dirigió más a su parroquia, quizá porque piense, como dicen algunas encuestas, que tiene que frenar la fuga en el recuerdo de voto de las últimas elecciones. Todos deben de tener estudios y sondeos que les indican a quién se deben dirigir. Feijóo dice que él no es Sánchez y Sánchez asegura lo mismo. Esto es tan obvio que no merece discusión.

La historia reciente del parlamentarismo español está llena de alternancias, de cambios y sustituciones, en función de la ilusión o el desencanto que provoquen los diferentes experimentos políticos. Ahora salimos de algo que ha sido novedoso: la inauguración de las coaliciones. En la mano de los electores está que se produzcan mayorías absolutas, como ha ocurrido recientemente en Andalucía y en Madrid. Lo de los gobiernos en minoría es otra cosa. Para ello es necesario que alguien se abstenga, porque considera que no existe otra opción, o no lo haga porque piensa que las coaliciones no son tan perversas como parece. Siempre la maldad está en lo que hace el otro.

Después de los últimos cinco años es difícil averiguar si la experiencia es aprobada por una mayoría de españoles, o existe una parte abundante del país que se decanta por un bloque, con toda la heterogeneidad que pueda contener, a la vez que muestra su rechazo absoluto a la posibilidad de otro situado en sus antípodas.

Yo creo que se trata más de militancias y de disciplinas, y que la gran masa está en otro rollo, metida, como siempre, en medio de dos tajadas de pan, igual que el jamón en un bocadillo. No sé lo que va a ocurrir. Intuyo un malestar discreto y silencioso, y cuando esto pasa, nada se puede afirmar y todo es tan predecible como deja de serlo. Anoche le tocó a Feijóo en El Hormiguero. En El País apenas hay reseña. Ni para bien ni para mal.

Quizá en esto consista el cambio y yo todavía no me he enterado.