“Ojos que no ven, corazón que no siente”; la alegría de la ignorancia, la felicidad del desconocimiento. ¿Será esto verdad? El desconocimiento del diagnóstico médico no elimina la posible enfermedad, pero su desconocimiento puede hacernos de narcótico de una preocupación por su presunta gravedad. ¡Qué feliz éramos de niños, cuando nuestra única preocupación era jugar! Con la información y la necesidad de gestionar los contenidos de la realidad sesuda comienza el duro manejo de la información. Y así, entre el anhelo de descubrir la verdad y el agobio por haberla conocida, vamos andando día a día. No dudo que exista la tentación -yo la suelo tener- de inhibirnos y desear desconocer aquello que nos hace sufrir buscando solo el espacio de las realidades que nos son favorables. La felicidad del no saber.
Donde está el problema no es en el conocimiento, sino en el manejo y gestión del conocimiento. Aprender a buscar la verdad sin aprender a gestionar dicha verdad es un aprendizaje incompleto. Se trata de manejar los resultados de aprendizaje. Salvando la distancia, solo un poco, nos decía Agustín de Hipona que “Si no quieres sufrir, no ames; pero si no amas, ¿para qué quieres vivir?”. Y ya que conocer y amar son los objetivos de las potencias del alma -en expresión del autor-, pasa lo mismo con el conocimiento. ¿Para qué vivir si no queremos aprender y nos gloriamos de una ignorancia narcotizada?
El camino de la verdad exige tanta valentía como el camino de la libertad. Y esa valentía que hace sabios en el amplio sentido de la expresión, hunde sus raíces espirituales en la dignidad del amor. Amar la verdad, la libertad, el bien. Descubrir la grandeza de conocer las escenas finales de cualquier historia. No preferir la tranquilidad del desconocimiento porque es una tranquilidad tramposa. Una mentira sutil que nos alivia un instante. Hay que buscar la felicidad del saber, y el manejo adecuado de toda la información, incluso de la desfavorable o preocupante.
Superar la cobardía que se esconde en la cueva en la que invernamos la curiosidad. Porque la verdad nos hace libres (Jn 8, 32) y la esclavitud de Egipto la anhelamos en las durezas del desierto (Núm 11, 4-6). Siempre será preferible una dura libertad que una domesticaba esclavitud por miedo a conocer la verdad.
Alguien me dirá que para qué quiero una libertad envuelta en sufrimiento. Que estamos hechos para no sufrir, aunque tengamos que pagar el costo que supone la ignorancia. No sé si estamos hechos para no sufrir o estamos hechos para vivir. Yo prefiero la segunda opción a riesgo de mascar los alimentos sólidos que nos dan después de que nos comienzan a salir los dientes. Cada etapa tiene su belleza y su necesidad. Y cuando llega la etapa de aplicar los logros de nuestro aprendizaje descubrimos el sentido y la dirección de marcha de nuestra vida. Y ese descubrimiento, con su agridulce incorporado, es hermoso. Solo basta despertar el amor a la verdad y la fascinación por la grandeza de lo real.
No quiero que me seden hasta el punto de perder la conciencia. No quiero que me oculten la verdad de mi padecer. Quiero vivir con intensa pasión cada minuto de mi vida terrena. Quiero tener la ocasión de ser consciente en el momento final.
Quiero disfrutar de la felicidad de saber.