OPINION

Enajenación transitoria

Daniel Molini Dezotti | Domingo 28 de mayo de 2023

Señor Juez, si me permitiese explicar que esa denuncia que acaba de leer, aún teniendo aspectos veraces se comporta como una falsedad, podría demostrar que no está usted frente a una persona violenta.

Me consta su falta de tiempo, el exceso de causas, la pobreza de recursos de la justicia, pero un par de minutos me alcanzarían para exponer los sucesos que me trajeron hasta este estrado.

Necesito demostrar que soy una persona pacífica, que mi comportamiento, a lo largo de la vida fue el de un individuo indolente, asustadizo, casi cobarde.

Solo una vez solucioné una controversia con algo más que gritos, y de eso hace casi un siglo, en un suceso que significó un hito en mi trayectoria; todavía lo recuerdo como una demostración de poderío, a pesar de tener la certeza de no poseerlo, me refiero al poderío.

Entiendo que tengo que limitarme a los hechos, pero antes me gustaría ilustrar la situación. Imagine que visto pantalones cortos, y estoy, mejor sería decir estábamos, mi bicicleta nueva y yo, en un parque municipal. De pronto, un “fortachón” de otra clase... No no sé si contárselo, porque el abogado me dije que sólo respondiese preguntas, “¡nada de introducir otras cuestiones!”

Pero no puedo, ¡nunca pude callar!, por eso, con su permiso señoría, continúo. Comenzó a llover, ¿sabe?, y nos protegimos debajo de un alero, sí, ambos, la bicicleta y yo.

El abusador, que era de otra clase, creo que ya lo dije, y que siempre estaba haciendo disparates para demostrar de lo que era capaz, le sacó el timbre, sí, a la bicicleta, y luego la hizo caer. ¡Estaba flamante! y se rayó, sí, la bicicleta, bueno, también me rayé yo, y lo empecé a correr hasta alcanzarlo.

Caímos al suelo, ¡estaba fuera de mí!, ¡él estaba dentro de sí!, sí, muy asustado. Le preguntaba ¿por qué?, ¿por qué lo hiciste, desgraciado?, pero no dejé que respondiese, antes de que abriera la boca le pegué un sopapo que sonó “plaf”.

En aquel momento me pareció que había sido un castigo demoledor, pero la experiencia demostró que se trató de un golpe minúsculo, que la mente fue agrandando con los años a tamaño de epopeya, para hacerme sentir poderoso.

No dio ningún resultado, llegué hasta aquí siendo un pacífico debilucho, ¡fíjese!, la única vez que me demoraron en una comisaría fue por este asunto, que usted tendrá que decidir si se transforma en detención.

Perdón, me disperso, trataré de centrarme en los hechos, tal como ordena, pero me gustaría reafirmar mi ausencia de agresividad, cosa de la que podría dar fe el propietario del coche azul que me acusa, si no fuese tan..., tan..., vamos a dejarlo en distraído.

Ese señor aparcó frente a casa, y mientras estaba descendiendo le expliqué: “Disculpe amigo, si usted deja su vehículo en ese lugar señalizado con líneas amarillas, no podré entrar yo con el mío, que precisamente ahora debo ir a recoger.”

El conductor podría haber respondido: “Tranquilo, sólo es un momento”, o “No se preocupe, en seguida me lo llevo”, pero no, lo que dijo fue que las líneas amarillas no eran reglamentarias.

No le importó que le explicase que sí eran reglamentarias, igual de reglamentario que el cartel del vado permanente. Intenté razonar con él, ofrecí mostrarle el recibo de las tasas que abono al ayuntamiento cada año, pero no quiso saber nada.

No sólo me trató con desprecio, sino que con el dedo índice de la mano derecha iba señalando las marcas y señales, repitiendo el mantra de que no eran reglamentarias, luego se marchó.

¡Se marchó!, como si poseer un automotor dotado para las aventuras, como dice la propaganda del suyo, le convirtiese a él en aventurero.
Pensé en llamar a la grúa, congruente con las señales que dicen “Prohibido aparcar, llamamos grúa” pero me pareció volver a la edad del timbre, de la bicicleta, de la escuela, cuando le informábamos a la maestra: “Señorita, ese niño me molesta”

¡Se fue, señor juez!, complicando la entrada y la salida a nuestra cochera, ¡no le importó nada!

Con la rabia mordiéndome la autoestima fui a buscar mi coche al taller mecánico. Necesito alegar que se trata de un vehículo anciano al que debían controlar ruedas, fluidos, filtros y luces con el fin de superar la Inspección Técnica de Vehículos.

El presupuesto me pareció razonable, repuestos, llevarlo, traerlo, una cifra adecuada; la comodidad hay que pagarla. Tras el consentimiento, a las pocas horas, recibí una llamado avisando que se añadían problemas: líquido de freno, filtro de aire, que era necesario lavar el motor y cambiar los ¿silentblock?, y que la cotización original se multiplicaba por 4.

Consideré la cifra desmedida; me gusta caminar, no utilizo el auto, casi obsoleto ya; cuando acelero desprende un tufo a gasolina y nadie quiere subir.

Eso mismo le estaba explicando al operario que me llamó, quien sostuvo: ““Si cambia el filtro, que recibe el aire exterior para hacer funcionar el motor, igual deja de oler a combustión.”

¿Usted que haría?, no. usted no señoría, se lo pregunté al mecánico. ¡Lo hizo!, cambió todo, incluso la tapa y los conductos de la bomba de agua. ¿Las mangueras, dice?, no, no, las mangueras no, pero a esta altura la cuenta inicial ya era 6 veces mayor.

Lo fui a recoger, y cuando llegué a casa pasó lo que tenía que pasar, el coche azul de las aventuras no permitía acceder al mío, que con tantas maniobras para adelante, atrás, diestra y siniestra, comenzó a calentar, apestar a petróleo, y a perder un líquido viscoso oscuro. El espacio, a diferencia de lo que le sucede al universo, no se expandía y en ese momento me transformé.

¿Recuerda aquel personaje que se inflamaba, aumentando de tamaño como la factura de la ITV, multiplicaba su fuerza por 6 como la cuenta del taller y adquiría color verde cuando algo le salía mal o frente a una injusticia? ¡Correcto, tiene razón...! Hulk, se llamaba, era increíble.

Yo no me puse verde, pero casi, justo en el preciso momento en que llegaba el propietario del obturador con ruedas, posicionado en zona prohibida que para él no era reglamentaria.

¿Usted, que hubiese hecho, señor juez? ¡Mejor no lo diga!, podría auto incriminarse.