OPINION

La caridad política

Juan Pedro Rivero González | Jueves 25 de mayo de 2023

Estamos en la semana preelectoral. Las administraciones locales se renuevan por elección democrática de los ciudadanos que estamos, según la Constitución, llamados a participar en los comicios electorales. Votar es libre, y la dirección de nuestra elección también. Además, es secreto. Pero esta posibilidad de participar en la designación de quienes administran lo local, lo público en las distancias cortas, no deberíamos dejarlo escapar. No tendríamos derecho a quejarnos si no participamos. Hemos de sentirnos muy responsabilizados y hacerlo en conciencia buscando el bien común.

Nosotros elegimos y ellos deben saberle elegidos. Esto también es fundamental. Porque el poder que puedan ejercer les viene de la soberanía popular. Deberán dar razón de su gestión al pueblo que les designó, no solo al partido que les incorporó a unas listas. Claro que serán fieles a aquellas siglas, pero fueron los ciudadanos los que les designaron. Si se pierde esta perspectiva, tanto en nosotros como en ellos, dejarán de tener un pensamiento horizontal y amplio que busca el bien de todos y realizarán gestiones para contentar a quienes les incorporaron en los listados de las papeletas. Ya sé la complejidad de este fenómeno concreto de nuestra democracia, pero recordar a los candidatos que son elegidos por los ciudadanos es importante.

Y recordarles que prestan un servicio. Que fueron designados para ejercer la noble tarea de servir a la comunidad. No están al servicio de la mayoría social que les designó, sino al conjunto de la sociedad en la que fueron elegidos. Para esto hace falta una actitud de grandeza que esperamos posean aquellos que sean llamados a este servicio social y público.

La democracia es, sin duda, la mejor manera de administración de lo público. Como toda estructura humana, está llamada a vivir la experiencia permanente de regenerarse. No basta con participar una vez cada cuatro años, sino que se necesita mantener la conciencia permanente de ese vínculo que se crea al introducir la papeleta en la urna y reconocer que los hemos puesto ahí para que hagan bien lo que deben hacer. Y que lo hagan pensando en el bien común. Si no es así, por mucho que lo gritemos, no será la fiesta de la democracia lo que ocurra este próximo domingo 28 de mayo.

Cuando agarren en sus manos el bastón de mando, cuando se hagan la foto que publicará la prensa y nos mostrarán los medios visuales, sientan que ese bastón le pertenece al pueblo que les designó. No es tuyo, sino que lo tendrán en la mano una temporada para regir y servir al bien común. Es una forma eminente de amor fraterno el servicio político. Un servicio al más próximo que exigirá toda su mente, su corazón y su recta voluntad hacia el bien. Con cuánta razón denomina la doctrina social de la Iglesia a esta función el ejercicio de la Caridad Política.

De igual modo que no tenemos derecho a corregir a quienes no amamos, y si lo hacemos sin amor los resultados siempre serán feos, no tienen derecho a gobernar a quienes no aman. Y lo que nos diferencia del resto de seres vivos es nuestra capacidad de amar y ser amados. Y, para quienes escuchamos como relevantes las palabras del Evangelio, administrar lo público en ayuntamientos, cabildos y en el gobierno autonómico, es una bella forma de amor al prójimo.


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