Tuve que sufrir para superar las primeras 76 páginas de un libro que debería obligarse a leer en los institutos para saber en qué consiste el terror, no el Terror. V13, de Emmanuel Carrère (Ed. Anagrama) es la crónica judicial del juicio por los atentados de Bataclán, en París. "Había pingajos de carne por todas partes. Pensé que ya no quedaba leche en la nevera y que no había pagado el comedor escolar de mi hija". "Intento agarrarme la pantorrilla izquierda para remeterla dentro de la pierna". "He encontrado un novio que soporta la mujer que soy ahora (.) Lo que ahora quisiera es vivir, simplemente vivir. Sentir la libertad de estar enamorada sin sentimiento de culpa". Y así cinco semanas, 250 testimonios, algunos emocionados, otros fríos, todos veraces.
En España no hemos vivido un juicio como ese contra ETA tras volar por los aires una casa cuartel o un centro comercial. Tampoco se ha publicado un libro parecido al de Carrère. Quizá por ello se ha hablado más del Terror que del terror. La mayúscula como pértiga para saltar sobre los charcos rojos, oscuros, espesos que dejan los atentados. Algunos se han dado tanta prisa en echar serrín sobre nuestra memoria reciente que hoy los jóvenes vascos no saben quién fue Fernando Buesa, ni Miguel Angel Blanco.
La realidad nos muestra que en Euskadi ha sido más sencillo adquirir la condición de terrorista que la de ex-terrorista. Esta última es la de aquellos que no sólo han dejado de agujerear cabezas a balazos, sino que han comprendido que hacerlo suponía una salvajada, han pedido perdón y han tratado de colaborar con la Justicia para esclarecer los 300 crímenes de ETA que aún no han sido juzgados, ni sus autores condenados, ni sus víctimas reparadas.
Con las pistolas en el cajón, al buen gudari que aguanta y cumple con orgullo su condena se le hace un homenaje al volver al pueblo y se le busca un trabajo. Los escasos militantes de ETA que han expresado su arrepentimiento y su condena de la violencia sin ambigüedades, y que han aportado información para aclarar la autoría de otros atentados, no sólo se han quedado sin aurresku de honor, sino que han sufrido el ostracismo en sus localidades de origen. Ninguno de éstos figura en las listas de BILDU.
El gigantesco vertedero moral sobre el que se asienta una parte de la sociedad vasca se ha ido desbordando los últimos años gracias al esfuerzo de Sánchez por presentar a BILDU como un partido "normal". Ahora Otegi ha reventado ese basural al seleccionar sus candidatos, la inmundicia ha escampado y ha ensuciado a nuestro presidente. Los autores de la fechoría no calcularon bien la potencia del petardo, porque la pestilencia ascendía al mismo ritmo que bajaba la intención de voto al PSOE, que ya es el socio preferente de BILDU en Navarra, y lo será en el País Vasco en cuanto lo permita la aritmética parlamentaria.
Sánchez no supo calcular los efectos de esta ignominia porque un hombre de su altura sólo se mueve en un mundo de mayúsculas: Paz, Progreso, Igualdad, Justicia Social, Reconciliación, Memoria Histórica (la suya), Solidaridad. Entonces aparecen siete candidatos de ese partido "normal" que te hizo presidente, se ponen a repartir octavillas en la plaza del pueblo con las manos manchadas de sangre, y las minúsculas del terror aparecen otra vez.