OPINION

De Barcelona a Ámsterdam

Julio Fajardo Sánchez | Miércoles 17 de mayo de 2023

Estoy releyendo a Vázquez Montalbán. No sé por qué he regresado a Pepe Carvalho. Quizá porque me hace retornar a mis años de Barcelona, una ciudad que frecuento sin que me devuelva la memoria de aquellos sesenta inundados por la brillantez sombría de la modernidad. En las páginas de la novela, “Tatuaje, que evoca a un cuplé de Conche Piquer, me traslado a Ámsterdam.

Estuvimos allí en 1990, para ver la gran exposición del centenario de Van Gogh. José Luis Sánchez, mi compañero y amigo en el Ayuntamiento me consiguió las entradas, a una fecha y una hora fijas, y el hotel donde nos alojamos. Fue el American. Un maravilloso edificio de 1900 de estilo modernista, que hoy está declarado monumento.

Parecía que estábamos en el esplendor del movimiento Stijl, del Art and Craft o del Art Nouveau, con la decoración de estilizaciones vegetales tan esplendorosas y representativas de una época de efervescencia europea, donde la estética se atrevía a los rompimientos y las sociedades se arriesgaban a aventurarse a los cambios. Cuando estuvimos allí, sentí que nada se había perdido y que todo seguía debatiéndose en una sensación de lujo y confort mezclada con el trajín de las fábricas, de los negocios y del comercio.

El hotel daba al gran canal y a sus puertas había un embarcadero para hacer una visita turística con todo lo peculiar de esa ciudad. La exposición estaba en el Rijksmuseum, con el genio de la oreja cortada conviviendo con Rembrandt. Entonces empecé a entender que el mundo se transformaba para seguir siendo el mismo.

Los flamencos me llamaron siempre la atención, desde Van Dick a Vermeer de Delf, para desembocar en Piet Mondrian, en George van Tongerloo, o Theo van Doesbourg, que se trasladaron a Weimar para dar clases en la Escuela Bauhaus. Esa gente siempre me apasionó, desde que los descubrí en unos textos de la revista Nueva Forma, dirigida por Juan Daniel Fullaondo, donde se recogían los movimientos arquitectónicos del eje Madrid-Barcelona-Bilbao.

Esto nada tiene que ver con lo que leo de Pepe Carvalho y me ha hecho retornar a aquellos años donde disfruté con van Gogh y con el maravilloso entorno del Hotel American, de Ámsterdam. Quizá me lo recuerda la referencia al hotel Schiller, donde se hospeda ese pseudo detective gallego que frecuenta a las putas del barrio chino como a las de la Carretera de Sarriá.

Fuimos a París en el tren que llamaban Puerta del Sol y desde allí hasta la ciudad holandesa en otro de una factura diferente, más parecido a los actuales vagones del Rodalies de Ferrocarriles de Cataluña. La vida está llena de recuerdos y unas cosas te llevan a otras si proponértelo.

La lectura de un libro de Manuel Vázquez Montalbán me ha trasladado a otro lugar esta mañana. Es fantástico leer para dejar correr en paralelo a la imaginación y a los recuerdos. En las inmediaciones del Rijksmuseum descubrimos un bar con un nombre alusivo a La Laguna. Era de Carmelo González Ferrera, conocido como Caruso de Tenerife. El mundo es un pañuelo.

Para entrar en la ciudad hay que atravesar un túnel que va por debajo del mar. El taxista sacó un casete de la guantera y nos puso a Añoranza. Dijo que nos había identificado por el acento y que hacía años que pasaba sus vacaciones en el Puerto de la Cruz, donde los había conocido. Divagar nos trae esos milagros de viajes que nunca sabes dónde van a terminar.


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