OPINION

¿Que pasa broder?

Juan Pedro Rivero González | Jueves 26 de enero de 2023

Hace poco más de quince días, entre las intenciones con las que invita a los cristianos cada més, el Papa Francisco pensó en los educadores. Progenitores o docentes, de cualquier edad o nivel, todos aquellos que tienen la noble tarea de la educación. Pedía así: “Quiero proponer a los educadores que añadan un nuevo contenido en la enseñanza: la fraternidad. La educación es un acto de amor que ilumina el camino para que recuperemos el sentido de la fraternidad, para que no ignoremos a los más vulnerables. El educador es un testigo que no entrega sus conocimientos mentales, sino sus convicciones, su compromiso con la vida. Uno que sabe manejar bien los tres lenguajes: el de la cabeza, el del corazón y el de las manos, armonizados. Y de ahí la alegría de comunicar. Y ellos serán escuchados mucho más atentamente y serán creadores de comunidad. ¿Por qué? Porque están sembrando este testimonio. Oremos para que los educadores sean testigos creíbles, enseñando la fraternidad en lugar de la confrontación y ayudando especialmente a los jóvenes más vulnerables.”

Educar en la fraternidad y para la fraternidad. Cuando leí este sencillo texto pensaba en los alzados de París en 1789, cuando unían a la libertad y a la igualdad el grito de la fraternidad. Y recordé que todo el siglo XIX y XX ha polarizado entre liberales radicales (capitalismo) y igualitarismos radicales (comunismo) convirtiendo incluso en bloques de guerra fría esa opción excluyente de contrarios. Sin la fraternidad, tal vez, la igualdad y la libertad no sean capaces de encontrarse. Tal vez, digo yo, esta sugerencia de Francisco tenga más calado de lo que a simple vista parece. Tal vez la construción social que la educación está llamada a provocar solo sea posible cuando tiene de cimientos la amistad social y la fraternidad.

Hace mucho tiempo que abandonamos la tribu. Sin embargo seguimos siendo tribales. Las personas las tildamos de “los nuestros” o “los otros”. Y la fraternidad exige tener un horizonte más amplio y capaz de reconocer que somos todos astillas de la misma madera. Los motivos de esa fraternidad necesaria pueden ser de índole naturales, de carácter genético, de razón humanitaria. Pero puede serlo también de índole espiritual. No existe mejor manera de reconocer que somos hermanos que reconocer que tenemos una paternidad común. Al menos, a mí me sirve esta segunda opción de fundamentación fraterna que mira al Cielo.

No somos tan distintos. Lo somos, pero es siempre más lo que nos asimila y compartimos que lo que nos diferencia y distingue. Hay siempre más de común que de peculiar. Y el diálogo entre distintos merece un espíritu fraterno. Me encanta escuchar a los latinos de Suramérica o de Norteamérica saludar a quien sea, de esa manera tan intercultural de “Broder”. Pues sí; de “hermano”, de fraterno saludo de aquellos que saben que hay mucho en común entre personas humanas.

La fraternidad no será una de las competencias básicas, pero será la línea en la que se cuelga la ropa propia para secarla al calor de un sol común.


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