La consulta de cualquier centro de salud de nuestro territorio nacional es, en ocasiones, un auténtico hervidero de comentarios relacionados con la prestación que recibimos de nuestros profesionales de la salud -medicina y enfermería fundamentalmente- La mayor parte de las veces, los debates que allí se desarrollan, tienen que ver con el servicio rápido -tras larga espera- que se dispensa a las personas usuarias de dicho servicio fundamental.
Durante una etapa importante de mi vida laboral, trabajé para la Industria farmacéutica y entre la labores a desempeñar estaba la de facilitar información actualizada de fármacos a los médicos, en los centros de salud y en algunos hospitales. De esta etapa, extraje experiencias que me servirán para toda la vida. Dentro de ellas, estaba la de respetar a quienes estaban esperando en la sala a ser llamados para consulta; pues, aun cuando el tiempo que se nos dedicaba por la parte sanitaria era de unos escasos minutos -la información que aportábamos sobre novedades de nuestros fármacos, debía ir lo suficientemente condensada como para que les fuera de utilidad, sin restar tiempo a quien iba como paciente- El vernos entrar antes que las personas que esperaban su turno, era considerado como un desprecio a las buenas costumbres de guardar la cola. Pocos eran quienes entendían nuestra labor y nos disculpaban. Aunque solo fuera por este grupo, merecía la pena ejercitar nuestra capacidad de resumen. Otra de las cosas que guardo en mi carpeta de experiencias, está la propia labor del cuadro médico. Dentro de su cometido y mucho antes de que llegaran todos los cambios post-pandemia, este grupo profesional, manejaba un listado de pacientes con tiempos tasados de atención. Ocho minutos para tal cosa, cuatro para tal otra y tiempos por el estilo. En ningún momento me contaron de alguna anotación donde se les dijera que dedicaran el tiempo necesario para atender y sanar. Sin embargo, a quienes protestaban por los tres, cuatro o cinco minutos del mundo de la visita médica, casi nunca les oí protestar por esa otra realidad que en muchas ocasiones, la parte médica callaba, para no entorpecer más su tiempo de consulta. Es más, sí que escuchábamos que el doctor tal, o la doctora cual, llevaba más de diez minutos con un paciente dentro. Poca gente mencionaba ese dato con el nivel adecuado de comprensión. ¡Qué va! Cada vez que ocurría esto, había una voz quejosa, seguida de un murmullo cómplice. ¿A cuántos se les habrá ocurrido protestar a las autoridades sanitarias para tener más tiempo de consulta? Doy la respuesta: a nadie. Si la cosa llegaba al escalón de la “reclamación”, era para poner a “caldo pota” al médico o enfermera que estuviera atendiendo. ¿Es eso justo? También contesto, aunque matizo: Para nada es justa esa queja, pues denota una falta de solidaridad y respeto para quien, quienes, nos ayudan a velar por nuestra salud. Para nada es justa, porque se hace desde el más puro egoísmo del “yo, yo, y después yo”. No puede ser justa, porque quien actúa anteponiendo, una dedicación correcta a la enfermedad que tratan, a la posible bronca que recibirá por la protesta interpuesta; no debería sentirse presionado, sino con el apoyo paciente de quien espera -que puede ser la siguiente persona en recibir ese tiempo distinto de consulta-. ¡Ya está bien de tanta agresividad, cuando la parte sanitaria hace bien su trabajo!
La matización que debo hacer a estas respuestas del párrafo anterior, viene dada por una cuestión simple de gestión. Me explico: cada actuación médica, está organizada por temas de actuación. No es lo mismo repetir una receta, que actuar sobre una patología que requiere tiempo de escucha, anamnesis y actuación en consecuencia. Pero también tiene que ver con cuestiones economicistas, aunque en esto hay mucha tela que cortar. ¿Si se nos preguntara a los administrados, en referéndum, que eligiéramos entre tener más sanitarios o mantener el número de políticos, asesores, cargos y sub-cargos públicos; seguir manteniendo Ayuntamientos para menos de quince mil personas; etc., que contestaríamos? Primero, no debemos esperar por ese tipo de consulta popular; y segundo, en caso de llevarse a cabo, muchos contestarían aquello de “lo que dijera la mayoría” -forma habitual de que sean otros los que se mojen-. Y, así tenemos la casa sin barrer.
La sanidad tiene un coste. Eso es una realidad que debemos tener todo el mundo claro meridiano; pero de vez en cuando, quien controla ese apartado de lo público, debería revisar la RPT en la atención primaria y hospitalaria. Debe haber algún fallo por algún lado, pues se conocen infinidad de profesionales que teniendo que terminar su jornada laboral a las quince horas, no salen de sus despachos antes de las dieciséis horas -en el mejor de los casos- ¿Es eso normal? ¿A partir de qué hora llega el agotamiento y la posibilidad de errar en el diagnóstico? ¿Quién se hace responsable de los errores cometidos por ese más que posible exceso de carga de trabajo? Dejaré estas dudas para que cada cual busque la respuesta. Y, por si la carga asistencial no era poca en una consulta pre-pandémica, nos llegó la covid-19 y, con el bicho, hubo cambios a peor. Además de lo habitual -consultas saturadas, fueras de hora, urgencias, etc.-, llegó una cosita nueva a la que también ha de atender el cuadro sanitario: las consultas no presenciales. Este tipo de atención médica, se lleva a cabo usando el teléfono: Diga, ¿sí?, no le escucho bien. ¿Puede repetirme lo que me ha dicho? Sí, desde el principio, porque tengo a la perrita ladrando y no le oigo. Ah, ¿que coja cita presencial? Pues no lo entiendo, ¿entonces…? Las llamadas consumen un tiempo que creo que nadie ha calculado bien. Es más, creo que persiguiendo el descongestionar las salas de espera para “dar un mejor servicio”, se ha podido cometer un error que puede estar ocasionando mayor estrés en las partes intervinientes. La realidad es que ahora, meses después de haber sufrido la pandemia, seguimos igual que como estábamos pero añadiéndole nuevos mecanismos distorsionadores; y así, se llega a la cruda realidad: falta personal sanitario. Se mire como se mire, creo que ha llegado el momento de plantearse seriamente que con los dineros públicos se ha de poder dar un servicio adecuado, aunque para ello haya que ir pensando en descongestionar la administración de personal “menos esencial”, o mejorar la calidad laboral evitando, entre otras cosas que médicos y enfermeras “emigren”.
Yo, entre tanto, dedicaré mi tiempo de espera a ser un paciente con lo enseñado por el santo Job. El día de la consulta, intentaré no tener más compromisos. Procuraré no tener calderos al fuego, ni nietos -cuando lleguen- a los que ir a buscar. Simplemente, le dedicaré mi tiempo a mi doctora, para que haga su trabajo como mejor se haya preparado, pero sin presión de ningún tipo. Y, cuando llegue el referéndum, votaré a favor de la sanidad pública pero impartida con la calidad que, el propio sector sanitario demanda y defiende. En estos días, están reclamando ese derecho a una sanidad justa.
Cuando llegue el momento de hacerme la pregunta de por qué mi médico no me dedica más tiempo, buscaré la respuesta en los despachos donde corresponda, evitando tirar del lado más fino de la cuerda.