OPINION

Un colchón para gente despierta

Julio Fajardo Sánchez | Viernes 09 de diciembre de 2022

Lo de Castillo, expresidente de Perú, no da para mucho más. Ha sido efímero y anecdótico. Solo unas horas de desconcierto y las cosas vuelven a su sitio. Es la demostración de que un inepto, por muchas convicciones ideológicas que tenga, no puede hacerse cargo de gobernar un país, aunque se muestre como el representante del antifujimorismo. Eso no es suficiente.

Una política de innovación debe ejercerse para construir, no con el único fin de evitar que otro ejerza el poder, porque en ese empeño solo conseguirá dividir a la población y hacer imposible la convivencia. De aquí la supuesta lucha entre el Ejecutivo y un Congreso donde se iban a estrellar algunas de sus propuestas. Se podrían poner muchos ejemplos de a dónde conducen estas políticas de exclusión. Castillo ha intentado dar un golpe de Estado, imitando a Fujimori, pero no le salió bien. La imagen que da El País de sus últimos minutos es la de un personajillo abatido y derrotado por su incapacidad para mantener el tipo en los momentos difíciles. Le falta todo lo que le sobra a Zelenski, que es un profesional de la escena y sabe aguantar el papel hasta en los momentos más complicados. Con esto ha conseguido aumentar su popularidad, hasta salir en la portada del Vogue, que es el sumun en la vida de un artista.

Nunca sabremos lo que pasa ahí. Quizá Macron esté más enterado, pero es a costa de que recelen de él por intentar sostener un diálogo, todo lo racional que se pueda, con Moscú. Yo creo que las claves de la paz están ahí, pero también en Kiev. El mundo es como un colchón de agua. Cuando te acuestas por la derecha le sale un totufo por la izquierda, y al revés. Por eso la compensación peruana en Europa ha sido un golpe de Estado en Alemania, en el que están involucradas 24 personas, y para el que se han movilizado 3000 policías. Con reacciones como esta la democracia está garantizada. Nuestras televisiones se han hecho eco de esta noticia para advertir en donde se encuentran los auténticos peligros: en pequeños grupos animados por príncipes desconocidos que dejan en pañales a un incapaz, disfrazado de Tom Mix con un sombrero chotano.

Castillo será enjuiciado por rebelión y no tendrá la fortuna de que nadie venga a cambiar las leyes para salir indemne. En el fondo, en una parte del territorio español ocurrió lo mismo hace unos años, salió fallido y aquí paz y en el cielo gloria. También alguien huyó en un coche, pero no fue interceptado y detenido, como le pasó al peruano. En este momento tiene en sus manos la estabilidad de un Gobierno y hace con él lo que le da la gana. Lo de Perú es una versión subtropical de lo que aquí se presenta como más mesetario. Puestos a buscar símiles acabaremos encontrándolos.

España, en el fondo, es el modelo exportador de culturas, el reflejo de don Quijote en el mundo, una serie de secuencias aventuradas que siempre hemos sentido como una epopeya lejana, pero que está permanentemente presente, como la parte cómica del aspecto más serio de nuestra historia. Por eso Castillo, pese a su indigenismo, es también nuestro producto, como lo son los ecos de lo que ocurre en Alemania, con quien compartimos imperio en la época de Carlos V.

Entre noticia y noticia vamos tejiendo el tapiz de nuestra esperanza, como Penélope, aguardando el retorno de un Ulises que nunca llega. Mientras tanto vivimos pendientes de un Castillo obsesionado con Fujimori. Los demonios acechan por los dos lados del colchón al que antes me refería. Nunca estará plano y crecerá por el lado contrario del que se hunde. Lo fácil sería cambiarlo por uno de lana o por uno de esos de dormitórum, donde descansa el Guapo después de haber dado unas cuantas leches en el cuadrilátero.

Ya sé que estas cosas no interesan, que lo mejor es estar alarmando a la gente con que va a llover, aprovechando que no se acuerda de cuando hacíamos lo mismo porque no llovía. Y no hace tanto, ¡oiga!


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