Felipe González no se ha mostrado demasiado conforme con las últimas actuaciones del Gobierno, tampoco Lambán parece muy satisfecho y, para no ser menos, Chimo Puig critica la actitud frente a los recientes fracasos legislativos. Sin embargo, en Moncloa se crea el mantra de que el PP se desinfla y esto se traslada, en cadena, a los articulistas de la prensa amiga.
En uno de ellos he leído que la acusación de Irene Montero sobre promover la cultura de la violación se trata solo de marcar perfil de cara a las próximas elecciones y que lo realmente grave son los dos minutos de abucheo que sufrió después. De nada sirve que Meritxell Batet le recrimine sus palabras, ahora se trata de no hacer enfadar a la ministra de Igualdad porque solo está marcando territorio, como los gatos en celo. Esta es una democracia muy sui generis, en la que la oposición es la culpable de todo lo que ocurre en el país. El país, por el momento, como corrobora el presidente González, no atiende a este guirigay, ni reacciona frente a tanto despropósito. Si lo hiciera dando una respuesta proporcionada estaríamos ante un grave problema.
Estas campañas ya las hemos vivido, y la gente, silenciosamente, se fue preparando para responder en las urnas aquello que, en cada ocasión, creyó conveniente. De nada servirá que le cuenten que la culpa de todo la tiene la oposición si las cuestiones fallidas provienen de las propuestas surgidas en el Consejo de Ministros y corroboradas por la mayoría parlamentaria que lo apoya.
Ya sabemos que el jefe de la oposición es tonto. Lo es por definición, al menos para los integrantes de una ideología que ostenta el monopolio de la inteligencia. Los demás somos todos idiotas. Pero idiotas despreciables que no merecemos siquiera la compasión por mostrar esa minusvalía. Es una impiedad que Edmundo Bal, que no es sospechoso de fascista (que no sé, porque todo se pega) diga que lo están tratando como si fuera imbécil. Eso, en el fondo, es una apreciación personal que para algunos no hace más que reafirmar el calificativo: Si te sientes como un idiota es porque lo eres. Ahora solo falta sacar a la calle a los del “nunca mais” y a los del “no a la guerra”, pero eso queda muy lejos y las guerras actuales no se desarrollan en el bando que conviene, sobre todo después del auto de fe atlantista celebrado en Madrid, con el abrazo de Biden incluido.
Si salen de nuevo los de la ceja, lo harán un poco desvirtuados, con un Sabina desengañado con la izquierda, un Bosé negacionista y Concha Velasco en una residencia para mayores. ¡A dónde vamos a parar! ¡La cultura está con nosotros! dicen cada día, mientras se agotan los espacios para homenajear a Almudena Grandes. A pesar de todo, los articulistas siguen insistiendo en el argumentario que espera una milagrosa remontada hasta los 140 escaños de los que habla Iván Redondo. Afortunadamente la gente no olvida que lo más saludable de la democracia es la alternancia y que las tentaciones de eternizar a un Frankenstein coyuntural no conducen más que al desastre.
Para eso debería aplicarse la memoria histórica. La bien entendida, no la que arrima el ascua a la sardina para tratar de justificar un revanchismo que fue superado hace más de cuarenta años. En el fondo, los deseos de los ciudadanos coinciden en no perder lo que se tiene más que en ganar horizontes inciertos donde se diseñan paraísos imposibles. ¿La idea es que la oposición crispa y es la culpable de todo lo que pasa? Pues bien. La gente lo percibe de otra manera. Por eso las encuestas dicen lo que dicen, y cada vez que las contradicen la balanza se inclina más hacia el lado contrario. Redondo situaba el listón para gobernar en 140 diputados; a Michavila el último sondeo le daba 141. No veo yo a ningún globo desinflarse.