OPINION

Somos todos resilientes

Julio Fajardo Sánchez | Miércoles 09 de noviembre de 2022

La guerra de Ucrania tiene una parte mediática, otra emotiva, otra propagandística y otra secreta. En ningún momento han dejado de parlamentar, pero nosotros no nos enteramos de lo que hablan. Ahora un funcionario de la administración Biden ha revelado que están tratando sobre desarme nuclear. Me da la impresión de que se intenta rebajar el tono preocupante de alarma que inquietaba a la población, pero solo es eso, porque el conflicto no tiene visos de parar.

Los contendientes persiguen que exista un vencedor y un vencido, y esto es imposible cuando los dos protagonistas se juegan su prestigio y su poder en este asunto. El resto del mundo no parece estar muy interesado en que ocurra lo contrario. Según para quien, y en función de en qué lugar se encuentren ubicados, la situación les resulta cómoda en tanto no les afecte directamente.

Los EEUU y China no demuestran demasiado interés en que se detenga la confrontación. Otra cuestión es la que concierne a los que sufren las restricciones, la escasez energética y la influencia del alza de precios en sus vidas de todos los días. Estos están cada vez más cansados y ya empieza a surgir la duda de si merece la pena mantener la dignidad y la honra por encima de todo, si de verdad la democracia se encuentra en peligro por estas cuestiones, o si realmente están siendo engañados y colonizados por campañas interesadas que les obligan a mantener el tipo a pesar de la desgracia.

Informativamente la guerra se desinfla. No ocupa el lugar preferente en los medios de comunicación, y ya se sabe que cuando una cosa no sale en la televisión es que ha dejado de existir. Yo dudo mucho de que nos estemos jugando la democracia y la libertad en Ucrania. ¿De qué libertad se trata? ¿De la que dice defender Ayuso o la aquella en la que creen sus contrincantes? Es un término muy sobado, que en el tiempo actual no llega a ubicarse en un lugar independiente del debate ideológico. Hoy la libertad se juega en el territorio americano, con un sur arrasado por las tesis del socialismo del siglo XXI y un norte en el que unas legislativas a mitad de mandato parece que hacen peligrar al mundo.

El escenario mediático se ha trasladado de Kiev, donde estaba hace pocos días en la figura anodina del ministro Albarez, a Florida, donde el candidato republicano ha barrido a los partidarios de Trump. ¿Qué pasa con la guerra? Estamos en la fase de recuento, abriendo fosas y descubriendo cadáveres y atrocidades, mientras algunos siguen hablando de desnazificación.

En España andamos más pendientes de la huelga que le plantea un sindicato sanitario a Isabel Ayuso. También del baile que le ha hecho una cantante brasileña perreándola mientras ella se echaba las manos al cuello.

No parece serio que el dramatismo del escenario se mude con tanta facilidad de lugar: del Dombás al Wizink Center, como si estuviéramos bailando la yenka. Nada importa porque venceremos al cambio climático con resiliencia, que quiere decir conformidad y adaptación, que era en lo que pensaba desde el principio. Lo demás sería enfrentarse con un gigante invisible en lo que solo nuestra insufrible arrogancia nos haría pensar en alcanzar una victoria pírrica.

El mundo sigue siendo gobernado por la estupidez. Lo peor es que le va bien con eso.


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