OPINION

Comunistas a la greña

Marc González | Miércoles 09 de noviembre de 2022

Asisto embelesado al enésimo capítulo de puñaladas traperas entre las distintas facciones comunistas españolas. Pablo Iglesias resucita de su obligada jubilación política para arremeter contra Yolanda Díaz, apóstol -¿o debería decir 'apóstola'?- del pijocomunismo que tanto interesa a Pedro Sánchez para tratar de amarrar la poltrona. La gallega osa desafiar al macho alfa de la extrema izquierda patria no colocando como número dos de su candidatura a la pareja oficial de éste, Irene Montero, cuyo currículum y méritos son de sobra conocidos. Si se sorprenden del nepotismo que preside la elección de cargos entre los comunistas españoles, es porque ustedes no han reparado que se trata de un fenómeno identitario del comunismo en sí, incluso a escala internacional, como atestiguan las dinastías de los Castro en Cuba o de los Kim y la madre que los parió en Corea del Norte.

Además, Díaz cree que si Unidas Podemos, como vaticinan las encuestas, se da un trompazo de pronóstico en las próximas elecciones municipales y autonómicas, ello reforzará su liderazgo y el proyecto de comunismo maquillado de Sumar se impondrá.

Hablando de Sumar, una cosa que no se da muy bien a los comunistas carpetovetónicos es el cálculo matemático. No hacen más que crear nuevas escisiones con denominaciones en las que figuran las palabras Unidas, Unida, Más o Sumar, pero en realidad llevan más de un siglo restándose entre ellos, incluso dividiéndose, en algún caso de manera literal.

No hay más que acudir a los precedentes históricos. Los bolcheviques acabaron con los mencheviques después de la revolución rusa de 1917, cuando los leninistas abortaron el primer intento serio de democratización tras el zarismo, por su resuelta voluntad de imponer la dictadura 'del proletariado' (ahora sabemos que 'el proletariado' era, en realidad, la camarilla de Lenin que, pese a su ateísmo, vivía como Dios) y agudizar la represión y el terror. Luego, pasaron por la piedra a Trotski y los trotskistas, y más tarde acabaron -al menos aparentemente- con los mismísimos estalinistas -Según Kruschev, al propio Stalin lo remató su jefe de la policía política, Lavrenti Beria, que a su vez fue ajusticiado por Kruschev unos meses después-, si bien tuvieron el tiempo suficiente para ejecutar por el camino unas cuantas docenas de millones de disidentes, en ese macabro ránking en el que Stalin venció por goleada al mismísimo Adolf Hitler.

Los maoístas no se hablaban con los comunistas soviéticos, ni con los estalinistas albaneses. Tampoco tenían ninguno de los anteriores buenas relaciones con los yugoslavos de Tito. La historia del comunismo es una historia de permanente traición y crimen revestido de épica salvadora.

En España, en 1937, en plena guerra civil contra el bando sublevado, los comunistas del PCE, como no tenían nada mejor de lo que ocuparse, e instigados por sus padrinos de la URSS, exterminaron a sus primos del POUM y torturaron y asesinaron a su líder, Andreu Nin, y a unos cuantos más. Las purgas dejaron de ser un término médico para engrosar el glosario político del comunismo.

Como ven, en nuestro país solo Franco mató a más comunistas que los propios comunistas.

Hoy los inevitables navajazos entre ellos -Iglesias, Errejón, Díaz, Montero, Jarabo, Vivas, Jurado, etc...- son, afortunadamente, incruentos, lo cual celebro porque no le deseo sufrimiento físico a nadie, aunque confieso que me lo paso pipa con tan tremendo y edificante espectáculo.