OPINION

Estilos de juego

José Manuel Barquero | Domingo 11 de septiembre de 2022

Después de naufragar las últimas temporadas anda el Barça arrollando a sus rivales, y además con brillantez. A pesar de su ruina económica el club blaugrana ha conseguido armar un gran equipo en torno a varios jugadores extraordinarios, en especial un polaco que fabrica goles de la misma forma que Picasso dibujó su paloma: tres trazos rápidos, en apariencia sencillos, y surge sobre el césped una obra de arte.

Esta racha de victorias no ha cerrado el debate sobre el “estilo Barça”, o sea, esa manera de ganar basada en el toque y las posesiones largas de balón ejecutadas por jugadores exquisitos. La cosa empezó con Cruyff de entrenador, la perfeccionó Guardiola, y buscaba su continuidad con Xavi, otro artista de aquella estirpe de peloteros. Sucede que el mundo cambia, y el fútbol también. Hace años algún futbolista físicamente superdotado era capaz de correr cien metros en once segundos. Hoy encuentras decenas de estos atletas en los mejores equipos, con una diferencia: los de ahora son capaces de hacerlo con el balón pegado a los pies. O sea que no sólo corren, sino que son un prodigio de técnica y coordinación.

Quiere esto decir que algunas reglas del “jogo bonito” están cambiando fruto del progreso físico y técnico del fútbol. Los mejores juegan a un ritmo superior, más rápido, más vertical. Sucede lo mismo en otros deportes. Algunos tenistas elegantes que triunfaron en el siglo XX a base de toques virtuosos hoy serían arrollados por chicos capaces de golpear la pelota a velocidades increíbles durante cinco horas seguidas. Sin embargo, a pesar de toda esta evolución, algunas reglas no escritas permanecen vigentes para el aficionado medio.

Excepto los hooligans, nadie quiere ver ganar a su equipo partiendo las piernas de los rivales. A los ingleses les gusta el fútbol de contacto, pero la mayoría silba a sus propios jugadores cuando hacen una entrada violenta o mal intencionada. En Estados Unidos adoran el espectáculo, pero desprecian el talento de Kyrgios cuando el tenista australiano destroza raquetas o escupe en la pista. Sé que esto puede sonar a optimismo pinkeriano, pero las personas dispuestas a ganar en la vida de cualquier manera, a cualquier precio, son una minoría.

El martes pasado tuvo lugar en el Senado un debate entre el presidente del Gobierno y el líder del principal partido de la oposición. Allí no hubo goles, ni puntos, ni sets, así que cada cual es muy libre de opinar sobre quién se impuso en lo que debía ser una confrontación de ideas y propuestas para tratar de mejorar la situación de millones de españoles que lo están pasando mal, y en breve lo van a pasar mucho peor. No vengo a escribir sobre el resultado, sino del estilo para imponerse al adversario.

Pedro Sánchez dejó claro en sus tres intervenciones sin límite de tiempo quiénes son los dos culpables de los problemas de España: Putin y Feijóo, por este orden. Al primero le dedicó un par de frases, y al segundo le lanzó a la cabeza todas las raquetas que pudo llevar al hemiciclo. Habló casi cinco veces más que el gallego, con una brusquedad desconocida hasta ahora en los debates en la Cámara Alta.

Acusar a Feijóo de “falta de experiencia” para gobernar España es una de esas bromas típicas de Sánchez, un político cuyo cargo de mayor responsabilidad antes de acceder al poder fue de asesor del Alto comisionado de la ONU en Bosnia. Tenía entonces 26 años. Nadie le puede negar al presidente del Gobierno la intrepidez de su viaje desde Sarajevo hasta La Moncloa sin haber gestionado un solo euro público en dos décadas. Pero calificar de novato a quien desde 1996 ha dirigido Correos, el INSALUD y la Xunta de Galicia resulta excesivo incluso para un votante socialista medio.

Es comprensible que Sánchez no otorgue valor a las cuatro mayorías absolutas obtenidas por Feijóo dado que él es el presidente con menos votos de nuestra democracia. Pero su discurso machacón sobre la insolvencia total del candidato popular se aproxima a la ofensa para una parte del electorado: “gallegos, sois tontos sin solución, porque no os engañó una, ni dos, ni tres, sino las cuatro veces que lo votasteis en masa”.

Estoy seguro que la mayoría de culés sueña con volver a ganar la Liga y la Champions, pero no dando codazos en la cara a los rivales ni repartiendo patadas. Puede que haya cambiado el concepto de espectáculo en el fútbol, pero las reglas del juego limpio siguen siendo las mismas para la mayoría sensata de aficionados, esté Messi o Lewandowski en su equipo. Por más tensión que le quieran poner, en política termina sucediendo lo mismo. Por algo los candidatos más agresivos esconden los colmillos durante las campañas electorales, aunque no siempre cuele su impostura después de tanto exabrupto.


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