OPINION

Respirando Mediterráneo

Jaume Santacana | Miércoles 20 de julio de 2022

He asistido, una vez más -y van veinte- a la edición de la Gran Gala Prix Corallo en el marco espectacular del centro histórico de la ciudad sarda de l'Alguer (en catalán; Alghero, en lengua italiana). Se trata de un evento que tiene lugar todos los años, a principios del mes de julio, en el que un jurado (que desde este año tengo el honor de presidir) concede una serie de premios a diversos personajes del mundo del cine, la televisión y el deporte.

El espectáculo, como siempre, magnífico, brillante; un gran acto social esplendoroso y digno.

De todas maneras, debo destacar que el mejor premio que me alcanza a mi, personalmente, es la posibilitar de disfrutar de unos días maravillosos en este rincón de mundo colmado de bellezas naturales rodeadas de personas muy agradables e interesantes.

L'Alguer -durante años, colonia catalana-aragonesa durante el medioevo- conserva, todavía (¡milagro!) la lengua de sus antiguos invasores: el catalán, pronunciado, esos sí, de forma ancestral y manteniendo su propia fonética de una dulzura deliciosa. Parece ser que, solo un 25% de sus habitantes lo hablan habitualmente de forma coloquial, mientras que un 50% no lo usan pero lo entienden. Hoy día, se enseña ya en las escuelas de primaria y secundaria, lo que asegura un cierto futuro prometedor, en el sentido de la conservación de una lengua, cosa que, culturalmente, es una propuesta extraordinaria. Un idioma es el núcleo de una determinada identidad y merece, siempre de los siempres, ser preservada y, sobre todo, vivita y coleando. Intentar masacrar una lengua no es más que cometer un genocidio cultural de primera orden. Sobre eso, los propios catalanes sabemos bastante. ¡Ay!

En l'Alguer se respira Mediterráneo por todas partes: los paisajes forman parte indiscutible de la belleza de su entorno; así como los múltiples matices cromáticos de su mar, la fauna y flora del espacio ambiental y el propio aire que -estando situada en una isla, Cerdeña- proviene de los cuatro costados. Uno, paseando por la ciudad y sus aledaños se emborracha de Historia y de hermosura. El centro histórico se halla en un recinto medieval bellísimo rodeado -casi completamente- por sus recias y sólidas murallas que, en su mitad, separan sus calles del mar. Precisamente, gracias al recorrido de esas murallas que avanzan junto al mar y sumándole el hecho de que la orilla esta formada por rocas y no playas arenosas, ha provocado y evitado, afortunadamente, que no se hayan construido enormes edificios turísticos que habrían echado a perder lo pintoresco de la antigua ciudad y que la habrían llenado de personal de chancleta y bermuda. El “guiri” en l'Alguer está bien controlado: ni masas ni botellones ni tonterías...

Por si todo esto fuera poco, hay que tener en cuenta la gastronomía del lugar, cosa fina: desde los spaghetti con aragosta (langosta), hasta el porcheddu (cochinillo), pasando por los gnochetti (ñoquis enanos)... el resto de carnes, quesos y, sobre todo, pescados son de una frescura indiscutible. La excelencia de sus vinos ( Canonnau, tinto) y Vermentino di Sardegna (blanco), está fuera de dudas.

En resumen, la ciudad de l'Alguer es un auténtico paraíso en la tierra; en la tierra mediterránea, naturalmente.

En otro orden de cosas, durante esos veinte años que me han sido regalados con mi visita, he podido constatar que muchas de sus gentes son de una generosidad, simpatía y hospitalidad que ya quisieran muchos otros habitantes del Globo Terráqueo.

Si además, uno pasea por sus calles y plazas, andando o incluso en bicicleta, de la mano de la persona amada, entonces, ya, apaga y vámonos... porque, simplemente, es el acabóse!

¡No vayan nunca, por favor! ¡Déjenlo para mi solo... se lo suplico!