OPINION

Julio... el mundo sigue girando

Jaume Santacana | Miércoles 06 de julio de 2022

Bueno, señores, nos encontramos ante una realidad ineluctable: ya hemos entrado en el solsticio de verano y, por consiguiente, otra página del calendario, la del mes de junio, ha caído para dar paso a julio, como quien no quiere la cosa; la rutina al poder.

Así pues, acabamos de iniciar la temporada en la que las vacaciones ocupan el lugar prioritario en las mentes de muchos humanos. El calor característico de estas fechas desacelera la productividad, distrae de la concentración laboral, desnuda cuerpos (algunos de ellos con alevosía; sobre todo en lo referente al uso indecente de sandalias y otras mandangas), relaja tensiones, llama al sosiego (para muchos, al alboroto puro y duro) y llena los llamados lugares de ocio.

A todo ello, a este verano del 22, se le añade un “aliciente”: tras dos años de paseillo por el mundo del criminal ataque vírico producido por la covid, la gente, las masas, el vulgo, la muchedumbre se va a lanzar (de hecho, ya se ha lanzado) a un tremendo carpe diem de proporciones colosales. Un atasco gigantesco, a todos los niveles, se apoderará (de hecho, ya se ha apoderado) de calles, plazas, urbes, orbes, carreteras y autopistas, aeródromos y estaciones de buses y trenes, cruceros, restaurantes, chiringuitos, refugios de montaña, pubs y discotecas, campos y ríos, playas y puertos deportivos, piscinas y demás. En definitiva: una situación espantosa, dantesca, brutal; se avecina, sin lugar a dudas, una hecatombe a gran escala... en definitiva, un apocalipsis avanzado: el auténtico fin del mundo.

El turismo que “vuelve”, reforzado, ayudará a crear situaciones inaguantables para los plácidos vecinos, acostumbrados al problema urbanístico planificado que les va echando de sus casas para acceder a nuevos y flamantes pisos turísticos o tiendas universales de una vulgaridad a prueba de bomba.

El ruido va a ser (de hecho, ya lo es) la música del ambiente, acariciado, por otra parte, a base de botellones multitudinarios, fiestas alcohólicas tumultuosas, macroconciertos de viejas glorias o de DJ's electrónicos y, para más inri, carcajadas estrepitosamente sonoras de guiris perjudicados por infectas sangrías justo antes de lanzarse desde los balcones a las piscinas; mucho de ellos con mala puntería y pasto de funerarias y tanatorios varios.

Será (de hecho, ya lo está siendo) un mes de apretujones generales, de sudores colectivizados, de chasquidos de piés transpirados cuando rozan las suelas de las chancletas (con musgo incluido), de aromas mezcla de poco jabón y exceso de crema solar, de niños corriendo sueltos por las playas y echando arena a los tostados sin sombrilla, de música (¿música?) horrorosa en bares y terrazas, de griteríos infernales, de camisas imperio con bigotes en las axilas... ¡un puto desatre, la verdad!

Los ancianos, los viejos, vamos, sufriremos todas estas calamidades con resignación divina, exactamente igual como los perros en noches de verbena y petardos. Estamos condenados a vivir en estas horribles condiciones, esperando que Dios Nuestro Señor se apiade de nosotros y nos acoja en su seno.

Ustedes señores lectores, siempre benévolos y generosos, me disculparán si han podido intuir cierto tono pesimista en mi relato. No se trata, en ningún caso, de desesperanza, sino de desmoralización y desilusión: una mezcla explosiva, no cabe duda.

Siempre nos quedará el Amor...


Noticias relacionadas