Con motivo del Día de la Victoria, con el que Rusia (y antes la Unión Soviética) conmemora el final de la Segunda Guerra Mundial en Europa, tras la capitulación de la Alemania nazi a última hora del 8 de mayo de 1945, ya día 9 en Moscú por la diferencia horaria, se celebra cada año en la plaza Roja un gran desfile militar con un discurso previo por parte del presidente de la Federación Rusa, que este año tenía un interés especial debido a la guerra de agresión de Rusia contra Ucrania que se inició el 24 de febrero.
El presidente Putin ha pronunciado un discurso corto, conciso, más breve de lo que probablemente esperaban la mayoría de observadores, pero en el que ha expuesto una serie de ideas que resultan muy inquietantes.
No ha pronunciado el nombre de Ucrania ni una sola vez, pero sí ha utilizado la palabra guerra, pero no para referirse a la invasión del país vecino, sino para decir que la OTAN había declarado la guerra a Rusia al expansionarse a los países del antiguo Pacto Varsovia, lo que había obligado a Rusia a una acción defensiva preventiva, que ha definido como “la única decisión adecuada, justa y oportuna”.
En ese contexto ha situado la intervención en el Dombás, cuya población ha calificado de “nuestros hermanos” y ha añadido que “defendemos a nuestros niños”. Teniendo en cuenta el bombardeo del teatro de Mariúpol, donde se habían colocado sendos mensajes gigantes perfectamente visibles desde el cielo con la palabra “NIÑOS”, en el que aun no se sabe con exactitud el número de niños muertos, así como el de una escuela en la provincia de Lugansk, donde también ha habido numerosas bajas infantiles, cabe deducir que o es un cínico, o considera que esos niños no eran “de los suyos”, o ambas cosas.
También se ha referido a las amenazas “a nuestras fronteras históricas”. Esa frase es más fácil de interpretar, ya que en otro momento también se ha referido a que el día conmemora la victoria de “nuestro gran país, la Unión Soviética”. Incluso aceptando que se pudiera referirse a que en el momento histórico de la derrota de Alemania el país era la URSS, ambas referencias conjuntas indican claramente la voluntad de restaurar los límites territoriales de la época soviética, en la que Ucrania sería el primer paso.
Pero la referencia a “nuestras fronteras históricas” es muy inquietante, puesto que el Imperio Ruso incluía en sus fronteras gran parte de Polonia y Finlandia, así como algunas provincias actuales del noroeste de Turquía y parte del norte de Irán y también Alaska. Seguramente Putin no tenga apetencias sobre estos territorios turcos e iraníes, tampoco sobre Alaska, que fue vendida a los Estados Unidos por Alejandro II, pero no está tan claro en el caso de Polonia y Finlandia y, puesto a defenderse de una supuesta agresión de la OTAN con un ataque preventivo, podría perfectamente considerar invadir los países bálticos y Polonia, que son miembros de la alianza atlántica, y ya de paso Finlandia y Suecia, que están considerando solicitar adherirse. Las consecuencias serían catastróficas, pero si, según el presidente ruso, la confrontación es inevitable porque la OTAN prepara una agresión a Rusia, podría considerar golpear primero.
Un discurso muy inquietante, pues aunque el fracaso militar sobre el terreno en Ucrania, que pone en duda la capacidad del ejército ruso para una operación a gran escala en múltiples frentes y contra una maquinaria bélica infinitamente superior a la ucraniana, podría hacer pensar que Putin no se atrevería a un movimiento semejante, no es menos cierto que ello podría inducirle al uso de armas de destrucción masiva, incluyendo las nucleares, lo que nos llevaría al desastre total, al invierno nuclear y a la práctica aniquilación.
Un discurso muy inquietante, que nos devuelve de lleno a la época de la guerra fría y de la doctrina de la destrucción mutua asegurada como única, y muy débil, garantía de que no se llegue a la confrontación directa, porque, a diferencia de entonces, ahora está en el poder en Rusia una persona agraviada, frustrada, que se siente humillada por occidente y con ánimos de revancha.
Y como comentario colateral, resulta muy triste ver al patriarca de Moscú y de todas las Rusias, Kirill I, cabeza actual de la iglesia ortodoxa rusa, asistir y aplaudir con entusiasmo los discursos de Putin, avalando explícitamente su política. La iglesia ortodoxa rusa siempre fue uno de los pilares fundamentales de la autocracia zarista y es otra de las peculiaridades del imperio ruso recuperadas por el actual autócrata.