OPINION

Tener ojos y no ver

Juan Pedro Rivero González | Jueves 05 de mayo de 2022

Esta expresión se escribió en un texto hebreo antiguo para describir a quienes se empeñan en no reconocer lo que tienen delante de la nariz y, por falta de amor a la verdad, se empeñan en defender “su” verdad, aunque no coincida con lo que los sentidos indican. Aquellos que confían más en una idea que en la realidad.

Nuestro contacto con la realidad son los sentidos externos. El olfato, la vista, el gusto, el tacto y el oído. Son medios que nos informan del mundo que nos rodea. Son el CNI de nuestro conocimiento. Nos informan como terminaciones de nuestra inteligencia. Nos pueden informar mal, o se pueden engañar, y para eso la experiencia y el sentido común nos ayudan a corregir su inicial información. Pero son un medio -el medio- extraordinario para conocer la realidad.

En muchos títulos de artículos fruto de investigaciones serias se suele indicar que tal o cual realidad estudiada se expone ahora “basada en la evidencia”. O sea, contrastada con la realidad y hecha de tal manera que se trata de un conocimiento no meramente ideal, sino que tiene su inicio y fundamento en la experiencia sensible rigurosa y científica.

Con todo lo que ha avanzado el conocimiento humano, con toda la riqueza metodológica y de medios técnicos que poseemos, aún existen planteamientos que desconfían de la realidad y que suplantan esta por la consecuencia de conclusiones fundadas sobre meras ideas. El problema no está en el lugar de los planteamientos, sino en las conclusiones y sus consecuencias. Porque si no somos realistas en los planteamientos, no seremos realistas en las consecuencias; y siempre alguien sufre las consecuencias.

Esta lucha entre la razón y la ideología es permanente en la historia del pensamiento. Porque el conocimiento puede alcanzar cotas altísimas de pensamiento teórico, pero siempre comienza con una confianza en lo que nos dicen los sentidos. En un gesto tan sencillo como abrir los ojos. Y descubrir que la realidad que nos rodea y la persona humana son el comienzo de todo conocimiento.

Como seres humanos somos la hermosa suma de temperamento, carácter y biografía. Somos lo que somos biológicamente, educativamente y con la experiencia de una vida en relación. Eso todo, y hasta más. Y los demás son también así, construidos desde abajo y desde arriba; la suma de la naturaleza y de la libertad. Ambas cosas, ambas realidades, ambas dimensiones…

Y esto que escribo lo hago basado en la evidencia. No basado en una opción de despacho, en un interés de fabricación social. Eso es la naturaleza animada que con tanto buen criterio defiende la ecología. Un cachorro de perro no es un juguete, no es un objeto que se toma y se deja cuando nos cansamos de él; es un ser vivo. Defendemos la naturaleza y los ciclos vitales evitando toda manipulación transgénica, y lo hacemos bien; pero cuando miramos al ser humano nos olvidamos de su dimensión natural y nos quedamos con su dimensión autoconstructiva. Y ambas dimensiones están presentes si, con lealtad y confianza en la inteligencia, miramos y vemos lo que está delante.

Los ojos son para ver y la razón para pensar. Ecología humana integral.


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