OPINION

Ampliando el sótano

José Manuel Barquero | Domingo 10 de abril de 2022

Las sucesivas leyes de educación que hemos conocido en España en los últimos treinta años han ido hundiendo a nuestro país en la zona más baja del ranking formativo de la Unión Europea. La aceleración en la cuesta abajo comenzó en 1990, con una LOGSE que adoptó un modelo de educación comprensiva cuyas grietas ya aparecían en los países escandinavos. Esa vanguardia pedagógica ya apreciaba entonces las dificultades de implantar a capón un modelo buenista de escuela en sociedades cada vez más diversas y menos homogéneas.

La escuela siempre oscila entre la realidad y una utopía. El problema surge cuando la pedagogía más innovadora considera la amnesia una virtud, y la realidad un factor intercambiable. La tasa de abandono escolar en España es la segunda más alta de la Unión Europea. Solo nos supera Malta. Llevamos dos décadas instalados en ese triste podio, así que el actual gobierno, con la audacia que le caracteriza, ha decidido bajar del cajón del fracaso escolar por la vía rápida, rebajando, aún más, los niveles de exigencia a los alumnos.

Desconozco qué pensamiento critico se puede fomentar sin que exista una base previa de conocimiento. La reforma del bachillerato que hemos conocido esta semana supone un ejercicio de voluntarismo pedagógico tan etéreo que deja a los profesores a los pies de los caballos. La reducción de contenidos viene acompañada de una carga ideológica descarada en los criterios de selección e interpretación del temario.

La Real Academia de la Historia ha alertado de un “sesgo presentista” y una “sobre representación de contenidos políticos” en la asignatura de Historia de España. Que los bachilleres no aprendan lo que fuimos hasta el siglo XIX es un error monumental, y más en un país donde el nacionalismo identitario se afana en reescribir en las aulas un relato que oscila entre la ficción y el humor. No se rían, pero en Baleares los alumnos de primero de Bachillerato pueden estudiar un manual aprobado por el Ministerio de Educación que afirma que en Cataluña se creó el primer parlamento democrático del mundo, mucho antes que en Inglaterra.

Nos justifican esta jibarización de la asignatura de Historia porque “no se puede abarcar todo”. Entonces, si nos centramos en lo más reciente, ¿cómo es posible excluir de los contenidos obligatorios el impacto del terrorismo en nuestro país durante los últimos cincuenta años? ¿cómo puede quedar su conocimiento supeditado a la voluntad de un profesor? ¿Qué pensamiento crítico y qué valores puede desarrollar el alumno sobre la manera de defender una idea política en democracia saltándose a la torera 800 muertos?

Por raro que suene, omisiones tan obscenas como la de ETA en un documento de 494 páginas no son lo más nocivo de esta reforma. Todo el enfoque pedagógico queda supeditado al bienestar emocional del alumno. Que los chavales sean felices, en el insti y en la vida, y si el esfuerzo es un obstáculo para su felicidad adolescente, eliminemos el esfuerzo. Pues bien, digamos aquí dos cosas difíciles de entender a los 16 años, pero que a los 50 ya hemos tenido tiempo de comprobar: primero, que la supresión de todo esfuerzo no solo no garantiza la felicidad, sino que es un camino directo hacia la frustración vital. Y segundo, que el esfuerzo se entrena.

Es obvio que el esfuerzo no es garantía de éxito, pero otorga más papeletas en el sorteo. Esto es una realidad, pero los más innovadores, los de la utopía, también cargan ahora contra la meritocracia. Es maravilloso que se haga desde un artículo de opinión en El País, periódico que como todo el mundo sabe solo publica textos de autores indolentes que arrastran un carro de suspensos en su expediente académico. El argumento central de esa crítica es que se siguen colando más torpes ricos que torpes pobres en puestos de trabajo bien remunerados.Siendo esto cierto, la cuestión a responder es cuántos pobres con capacidad y motivación quedarán encerrados para siempre en el sótano social si clausuramos un ascensor que asciende con un mecanismo de dos poleas: una educación pública de calidad y la valoración del mérito con independencia de otras circunstancias personales.

Sustituir un sistema de enseñanza basado en la transmisión de conocimientos por otro que sacraliza la formación en valores, sustituyendo en ese papel a las familias, en el fondo es un planteamiento reaccionario, porque bajo la pátina de un falso progresismo se dificulta el progreso precisamente de los menos favorecidos.