OPINION

La foto de Lia

José Manuel Barquero | Domingo 27 de marzo de 2022

Tenía que ocurrir, solo era cuestión de tiempo. Hasta ahora se miraba discretamente hacia otro lado porque la situación se producía en entornos aficionados y se consideraba una parte más en el proceso de integración. Pero la semana pasada una chica se lanzó a una piscina en los campeonatos universitarios de Estados Unidos y batió en la final a dos subcampeonas olímpicas. El problema es que la chica, de 22 años, hasta los 19 era un chico que no estaba entre los 400 mejores nadadores del país, aunque sí fue un adolescente destacado. Ahora, tras someterse a un tratamiento hormonal durante la pandemia, es la número uno del ranking femenino absoluto.

Desde que reapareció el otoño pasado Lia Thomas -Will Thomas antes de modificar mediante fármacos sus niveles hormonales- ha estado pulverizando marcas en varias pruebas, hasta el punto que sus registros como mujer la hacen candidata al oro en los Juegos Olímpicos de París en 2024. El elefante en la habitación es tan grande que ya es imposible disimular.

No parece suficiente el indicador de 10 nanogramos máximos de testosterona por mililitro de sangre establecido por el COI porque la ciencia demuestra, y las brazadas de Lia lo confirman, que existe una memoria muscular y una fuerza previa al cambio de sexo que se mantienen, además de una estructura ósea distinta en el hombre y en la mujer que repercute en el rendimiento deportivo en determinadas disciplinas. Esta realidad, un secreto a voces, se podía camuflar en los campos de fútbol de barrio o en las carreras populares. Nadie se atrevía a gritar que el rey iba desnudo hasta que la polémica ha subido a un podio, afectando a deportistas de élite que se juegan becas y prestigio profesional.

Para la izquierda radical el feminismo ha sustituido a la lucha de clases. Por culpa de un liberalismo económico que lleva décadas ensanchando las clases medias en los países menos desarrollados, no quedan suficientes obreros para asaltar los cielos, pero sobran mujeres. Pero esa mitad femenina de la población tampoco parece suficiente para hacer la revolución, así que han decidido ampliar la masa crítica por la vía del subjetivismo: mujer es quien quiera serlo. Algo así como Jeff Bezos declarándose obrero.

El feminismo que más se asemeja a algunos hombres por su agresividad ha abrazado las teorías queer que consideran el género un constructo social obra del heteropatriarcado. Es un feminismo al que hace tiempo que la evidencia dejó de importar. Y la evidencia dice que, con sus condiciones genéticas, para Lia Thomas competir contra mujeres biológicas no es un derecho, sino un privilegio. Por eso protestan sus compañeras al salir del agua, porque no compiten en igualdad de oportunidades, justo lo que defendía el feminismo en sus comienzos: igualdad, no privilegios.

Y así llegamos a la fotografía impactante de Lia Thomas aislada en el lugar más alto del podio, y la segunda y tercera clasificadas a dos metros de distancia, invitando a la cuarta a subir con ellas para componer un podio alternativo, que es el que aplaudió el público tras abuchear a la nadadora transgénero. No recuerdo en los últimos años una imagen más elocuente de discriminación por razón de sexo. Es decir, llevar hasta sus últimas consecuencias el delirio de considerar la biología un invento machista no solo no ayuda a avanzar, sino que consigue el efecto contrario al que se pretende: el estigma y la marginación de una persona que padece disforia de género.

Me vengo a referir a que no existe causa ni movimiento pacífico que a medio plazo sobreviva a la batalla contra la sensatez. Retorcer hasta lo absurdo el sentido común termina por fracturar las buenas intenciones, por muy nobles que estas sean. Sucede lo mismo en el debate sobre la inmigración, porque un buenismo irresponsable abona el terreno a la xenofobia. O sobre la violencia de género, porque cargarte la igualdad ante la ley y la presunción de inocencia de la mitad de la población -los hombres- deja espacio a discursos con tufo rancio y machista. Los extremos, finalmente, o se tocan o se alimentan el uno al otro.