Por obvias razones, se ha comparado en casi todos los medios la invasión rusa de Ucrania con la de Polonia por parte del III Reich. Ciertamente, en ambos casos el móvil ha sido el mismo, el de ampliar un supuesto espacio vital de la nación agresora para anexionarse al vecino por motivos de origen racial.
Sin embargo, que en Ucrania haya una nutrida minoría de habla rusa no convierte a los ucranianos rusoparlantes en rusos, de la misma forma que los austríacos no son alemanes -por más que Hitler pensara lo contrario-, ni los italianos del Tirol son austríacos, ni los españoles musulmanes de Ceuta y Melilla son tampoco marroquíes, pese a las fantasías expansionistas de Mohamed.
El pretexto de Putin, como el de cualquier líder dispuesto a una invasión -incluyendo la de Cuba, Puerto Rico y Filipinas por parte los Estados Unidos en 1898-, es una manipulación torticera de la realidad basada en mentiras. Hoy, cuando la información fluye libremente más que en cualquier otra época histórica, la delgada línea que separa la mentira de la verdad es más tenue que nunca, y eso justifica que haya gente en las redes que defienda que en Ucrania hay un régimen 'nazi' y que los rusoparlantes de determinadas regiones son masacrados por el gobierno de Kiev, lo que justificaba la intervención rusa para 'desnazificar' a su vecino.
También hay ministras que tachan de partidarios de la guerra a quienes, desde cualquier ámbito ideológico, simplemente no están dispuestos a permitir impunemente que Rusia acabe con un país soberano y democrático. Ellas abogan, en cambio, por la 'diplomacia de precisión' que, por lo visto, supondría el inmediato fin de la guerra y el sufrimiento de los ucranianos, y que Putin se volviera convencido y con el rabo entre las piernas a su dacha, por obra y gracia de estas portentosas políticas que Pedro Sánchez mantiene, para su vergüenza y la nuestra, en el gobierno.
Para Irene Montero o Ione Belarra, Winston Churchill o Franklin D. Rossevelt fueron, sin duda, líderes de 'partidos de la guerra'. Ellas no entienden por qué ambos no ampararon a De Gaulle en unas negociaciones de precisión con Hitler para evitar el sufrimiento de los franceses, llegando a acuerdos prolíficos y beneficiosos para todas las partes, incluyendo, claro, para el régimen nazi. Es una verdadera lástima que las lideresas podemitas no hubieran nacido antes y hubieran podido evitar el sacrificio de cincuenta millones de seres humanos con su infalible doctrina diplomática.
Para mí que esto de la diplomacia de precisión se parece demasiado a la estupidez de trazo grueso de toda la vida. Pero no se engañen, Montero y Belarra no son tontas, son simplemente personas malintencionadas, inmunes a las imágenes desgarradoras que podemos ver a diario y dispuestas a cualquier cosa con tal de amparar a los dirigentes descerebrados que aun defienden las putrefactas excrecencias del comunismo.