OPINION

Necesidad de palabras

Juan Pedro Rivero González | Jueves 16 de diciembre de 2021

La literatura, como forma cultural de comunicación, es un océano inmenso en la que todos nadamos en alguno orilla particular. Es fuente de cultura, expresión del pensamiento, escuela de belleza y de bien. Es, sin duda, una de las manifestaciones más evidentes de la civilización. Los mejores libros son siempre los libros usados. Los que nos han atravesado.

El Verbo en las palabras ha sido el título de la XIV Jornadas de Teología celebrada la pasada semana en Gran Canaria. La Universidad de Las Palmas y el Instituto de Teología de las Islas Canarias han llevado a cabo un encuentro entre la Teología y la Literatura con un planteamiento extraordinario. Solo pude participar en una puntual mesa redonda, pero la he podido seguir por el servicio digital de Radio Tamaraiceite. Un proyecto relevante de diálogo entre la fe y la cultura del que tan mendigos somos en la actualidad, aunque nos creamos ricos al respecto.

Las palabras están vivas. Son tesoros sonoros que transmite, comunican, enseñan, acarician, etc. También pueden ser armas letales del espíritu del otro. Podemos recolocar el axioma ético de “no hagas a otro lo que a ti no te agrada”, por el “no uses palabras que no desees escuchar”. Un consejo, una corrección, un desahogo, una felicitación, aparecen en la vida revestidas de palabras. Son los besos del alma. Incluso la fe necesita palabras para proclamar, para pedir, para aprender, para encontrarnos. Un océano infinito.

Tuve la suerte de compartir mesa y cena con un joven poeta -Antonio Praena- que cabalga entre el quehacer teológico y la creación poética. Con él compartí aquella afirmación que el gran Olegario González de Cardedal pronunció en Tenerife hace ya más de veinte años: “El teólogo y el poeta habitan cimas de montañas paralelas. Sufren en la ascensión y sufren la soledad de la cumbre. El eco mutuo de sus experiencias los acompañan”.

Hablar de Dios es siempre una temeridad. Porque de lo infinito intangible, de la inabarcable y enamorada realidad, solo podemos acercarnos por la analogía de la fe. Usar palabras que sabemos limitadas, pero que nos alargan los brazos del alma para acceder a lo grande. Por eso, porque lo que no se puede describir solo se puede cantar, hace falta el poeta que, sabiendo usar la herramienta del leguaje, nos acerca al otro lado de lo real.

No sé si no sería oportuno sugerirnos que en estas próximas fiestas marcadas por el regalo tengamos la iniciativa de regalar poesía. Hacer de un libro un puente hacia la libertad. Ofrecernos la oportunidad de encender la antorcha de la trascendencia en humanas palabras nacidas de la creatividad del espíritu. El Espíritu en el espíritu, o el Verbo en las palabras.

Esto no es un lujo para desocupados. La literatura no es un extra existencial. Es necesaria como necesario es el aire que respiramos. Una sociedad sin literatura manoseada es más insensible. Creyentes o no creyentes, desde nuestra condición humana, necesitamos la luz de las palabras que se trascienden.


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