Marc González | Viernes 20 de febrero de 2015
Decía la Comisión Nacional de la Competencia allá por el 2012 que los precios de los productos petrolíferos se comportan como plumas en el aire cuando el barril se abarata y como cohetes cuando se encarece.
El sector petrolero, por su parte, se defiende de tamaña acusación y se nos pone muy digno y estupendo alegando que, cuando los precios del barril de crudo descienden, no es posible trasladar inmediatamente esa rebaja al importe del gasóleo o la gasolina porque, en realidad, ellos están comercializando hoy un producto adquirido como crudo tiempo atrás y pagado al precio más elevado.
Vale, aceptamos jeque árabe como animal de compañía, pero entonces, cuando el precio del crudo sube, ¿no nos están endosando el petróleo que compraron barato? Menuda jeta pasean algunos.
La realidad es tan prosaica como cualquier quisqui imagina: Como que el margen de beneficio de petroleras y gasolineros y el de impuestos especiales del estado y la comunidad autónoma se miden en términos porcentuales, a absolutamente todos ellos les conviene que el petróleo esté tan caro como sea posible, pues de esta forma se forran (más), siempre que no se alcance un nivel que ponga en peligro el consumo –algo difícil, en un producto con una demanda tan rígida- y que al gobierno le sigan cuadrando la cuentas, es decir que lo que recaude por impuestos especiales le compense lo que pierde por consumo. Por tanto, gobierno y sector petrolífero manejan algo así como un MCP (máximo común precio) para que los ciudadanos paguemos sin rechistar mientras nos seguimos ciscando en sus respetables ascendientes.
Eso sí, todos ellos hacen el paripé de echarse las culpas mutuamente, los petroleros diciendo que más de la mitad del precio del combustible son impuestos y el gobierno haciendo ver que le preocupa que los petroleros sean tan insensibles. Con la boca pequeña, claro, no sea cosa que luego no los coloquen en el consejo de administración cuando cesen.
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