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La otra cara del botellón

Viernes 29 de octubre de 2021
Por Lidia Cáceres

Es una realidad que la problemática del botellón ha crecido exponencialmente en todas las ciudades españolas tras la pandemia del coronavirus y el fin del estado de alarma. Las Palmas de Gran Canaria es un claro ejemplo, donde se ha pasado de 20 a 90 puntos de botellón, aunque este fenómeno afecta principalmente a la zona de Vegueta. Se trata de una situación que preocupa mucho a los vecinos y empresarios porque, a pesar de que el botellón ha existido siempre, ahora viene acompañado de una explosión de altercados, violencia e inseguridad.

La única solución que se ha puesto sobre la mesa para hacer frente a esa problemática es el refuerzo de la presencia policial. Poner el foco únicamente en incrementar la seguridad y poner sanciones es un grave error, pues solo se trata de un parche que no combate este fenómeno desde la raíz. Para intentar solucionar el aumento de las concentraciones para beber y consumir sustancias estupefacientes hay que preguntarse por qué está sucediendo, qué hay detrás de este fenómeno.

Para ello, tendríamos que reflexionar sobre el modelo de ocio nocturno que existe en Las Palmas de Gran Canaria, pero, especialmente, sobre la falta de alternativas de ocio en el uso del espacio público para los jóvenes. Desde las instituciones no se han canalizado ni promovido otras opciones para su tiempo de disfrute y diversión, algo que se antoja necesario después de esta época de confinamiento y restricciones que ha cambiado su forma de relacionarse. A esto habría que añadir el descontento que existe entre los jóvenes, puesto que el futuro que vislumbran, sobre todo después de esta crisis, no es nada optimista. Sufren la precariedad laboral y no tienen suficiente capacidad adquisitiva para pagar el ocio formal, por lo que para muchos resulta más fácil tomar alcohol en las calles de la ciudad como única opción para divertirse.

Pero, si hay algo que me preocupa por encima de todo, es el aumento de la violencia y los actos vandálicos. Lo primero que hay que dejar claro es que no se debe identificar juventud con delincuencia porque esta violencia no es representativa del movimiento juvenil, puesto que es una minoría quien la ejerce. Por ello, hay que preguntarse a qué se debe, cuál es el motivo del crecimiento de estos altercados en la ciudad y, sobre todo, por qué dependen del consumo de alcohol y drogas para disfrutar. Una de las razones podría estar relacionada con los problemas de sociabilización y salud mental que ha traído la pandemia. Todos hemos vivido una crisis sanitaria, económica y social que nos ha resultado muy difícil y que ha venido acompañada de un incremento de problemas de ansiedad, depresión y adicciones, algo que, especialmente, ha golpeado duramente a los jóvenes.

Hay que recordar que la adolescencia y la juventud es una época vital en la que existe una gran necesidad de relacionarse con sus semejantes, realizar actividades y disfrutar del tiempo libre, algo que el coronavirus les ha robado. Si mezclamos todo esto con la vuelta a la vida social, obtenemos un cóctel que ha supuesto que muchos jóvenes encuentren en el botellón y el vandalismo la única vía para dar rienda suelta a todos esos deseos reprimidos.

En definitiva, juzgar esta problemática únicamente desde el punto de vista moral es injusto y sesgado. Se debe hacer una amplia reflexión y reconocer que el botellón es un fenómeno multifactorial que no puede solucionarse solo con el aumento de la presencial policial en las calles, porque esto es un parche que no ataca el problema desde la raíz.


Lidia Cáceres es la portavoz de Ciudadanos (Cs) en el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria

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