OPINION

No es pesimismo, es añoranza

Juan Pedro Rivero González | Jueves 28 de octubre de 2021

Estamos tan acostumbrados a la morbosidad del espectáculo mediático que hemos conseguido que el dolor ajeno sea capaz de entretenernos. Terrible situación de la que estamos siendo insensibilizados. Ya vale de regodearse en las situaciones que provoca el volcán en tantas personas y familias. Ya lo sabemos, caramba; no es necesario meterle el dedo en el ojo a quienes sufren convirtiendo el dolor en alimento de audiencia.

No es válido ampararse en el deber de informar a la audiencia. Que no; que no es necesario ver las tripas y los dolores del parto para saber que existe cirugía digestiva y ginecología. Hay dolores que se deben respetar en la intimidad del dolorido. Porque quien sufre, sufre con toda la dignidad del ser humano.

En casa hemos apagado la tele una noche. Es increíble que dure tanto el deber de información como dura el ronco alarido del volcán a todas horas. Si él no calla, porque no tiene conciencia, otros si pueden callar y guardar respeto a la intimidad del otro.

No creo que haya, en el fondo, mala voluntad. No es posible, porque la situación ha desbordado toda previsión y ha inundado la realidad de tal modo que ya la Covid-19 ha dejado de ser noticia año y medio después. Ya el precio de la luz eléctrica no es una preocupación mediática. Pasamos de castaño a oscura, y recuperamos la lumbre de la noche a la mañana y al ritmo de la última novedad que genera extrañeza.

Las imágenes fluyen veloces y las ideas se escapan de la posibilidad de reflexión. Huyen del ámbito de la preocupación edificando una torre de insensibilidad en la que solo cabe el presente. Y mañana a otra cosa mariposa. ¿Dónde se ha escondido el pensamiento crítico?

Ya no se piensa ni a medio plazo. Cortoplacismo ciego y desmemoriado que se contenta con la apariencia de las cosas. Y no es pesimismo, es añoranza. Es deseo de horizontes mejores para la comunidad de sufrientes que, a ratos, todos lo somos. Intermitentemente olvidadizos de que no se acaba todo con el postre, sino que hay sobremesa.

No todo vale, ni vale siempre. Los límites nos vinculan. La pretensión de ilimitada actitud es la deriva de que nada tiene contornos ni belleza. No todo fluye, no todo vale. Hay necesidad de sembrar respeto para que florezcan vinculaciones comunes que generen bondad.

Hasta aquí mi desahogo.

Termino con un párrafo del santo Papa Wojtyla: “El mundo del sufrimiento posee como una cierta dynamicibilidad propia. Los hombres que sufren se hacen semejantes entre sí a través de la analogía de la situación, la prueba del destino o mediante la necesidad de comprensión y atenciones; quizá sobre todo mediante la persistente pregunta acerca del sentido de tal situación. Por ello, aunque el mundo del sufrimiento exista en la dispersión, al mismo tiempo contiene en sí un singular desafío a la comunión y la solidaridad.” (SD 8).

Es por esto que, de alguna manera, todos vivimos en La Palma.


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