Algunas de las decisiones tomadas para gestionar esta pandemia nos han dejado una retaíla de incongruencias que se han manifestado en el momento de su aplicación en la rutina de cada día.
Todos volvimos a respirar cuando el gobierno nos permitió ir sin mascarilla al aire libre. Era más que necesario tomar una bocanada de aire de fresco porque el agobio empezaba a pintar consecuencias en nuestros rostros que poco ayudaban a mantener los cánones de belleza.
Si el curso pasado fue complicado que los alumnos se acostumbrasen en el patio del colegio a estar separados, a no jugar con las pelotas, a tener la mascarilla puesta, a no relacionarse entre grupos diferentes… este año la tarea es aún más compleja puesto que el uso de la mascarilla al aire libre sigue siendo obligatorio en el recinto escolar.
He aquí otra incongruencia. Se ha demostrado que los centros educativos han sido y son espacios seguros. Las medidas impuestas en las escuelas han evitado que éstos sean correas de transmisión del virus. Los alumnos no se han contagiado en los colegios ni institutos. Y si a esto le sumamos que muchos de los adolescentes ya están vacunados, los profesores nos quedamos sin armas de seducción argumentativa frente a nuestros alumnos para concienciarles de que es necesario el uso de la mascarilla en el patio.
Hace unos días circula por las redes una campaña de recogida de firmas para que el uso de la mascarilla en el patio deje de ser obligatorio. La iniciativa es buena. La administración tiene que intentar legislar evitando las incongruencias. Pero esto tampoco tiene que derivar en una cuestión banal ya que estamos ante una cuestión sanitaria de orden mundial y detrás de esta decisión están las vidas humanas.
La administración educativa está trabajando para aplicar a partir del próximo trimestre nuevas medidas para retomar la normalidad en nuestras vidas. Ésta creo que debería ser una de las que se aplique. Mientras tanto, seguiremos haciendo pedagogía que para eso nos dedicamos a este noble y bello oficio de educadores.