Domingo 15 de agosto de 2021
Por Paulino Rivero
Puede gustar más o menos, pero el mundo entero sabe quién es Lionel Messi pero desconoce quiénes son los científicos que han liderado el descubrimiento de las vacunas contra el coronavirus. Todo el mundo ha visto -y a muchísimos se les puso un nudo en la garganta- el conmovedor llanto del astro argentino cuando anunciaba que el Barcelona renunciaba a pagarle cincuenta millones de euros netos por temporada, y que ello le empujaba (qué tragedia) ir a ganar más a Paris.
Mientras tanto, nadie conoce, ni por lo tanto ha podido compartir, la reacción de los científicos que han descubierto unas vacunas que están salvando millones de vidas en el mundo. Unas vacunas que no solamente están frenando una pandemia que ya se ha cobrado alrededor de cuatro millones de vidas y afectado a unos doscientos cuatro millones de personas, sino que, además, están permitiendo la recuperación de la normalidad perdida y de la economía. Una recuperación de la normalidad que permite entre otras cosas que la gente vuelva a los estadios de fútbol y mantenga un negocio que es capaz de alimentar dioses como Messi.
Es así y hay que aceptarlo, pero no es normal. No es normal que todo el mundo sepa quienes son Messi, Cristiano Ronaldo, Neymar, Mbappé, Maradona, Pelé o Johan Cruyff y no conozcamos a los investigadores que con su conocimiento y su trabajo nos están ayudando a salir de una catástrofe que nos lleva azotando desde hace más de año y medio.
Los centenares de millones de seguidores que tiene el fútbol en el mundo son capaces de recitar de corrido el nombre y las alineaciones de los grandes equipos del planeta.
Disfrutamos y nos emocionamos con los éxitos de nuestros equipos, que nos alimentan el ánimo y el optimismo ante la vida cotidiana.
Las derrotas nos entristecen y modulan nuestro ánimo, siendo muchísimas menos las personas que ven alteradas sus emociones con el trabajo discreto, silencioso y alejado de los ruidos mediáticos que llevan a cabo los investigadores.
Pocos son los que han visto alteradas sus emociones con el equipo de la Universidad de Oxford y Astra Seneca, con el estadounidense de Pfizer y la Biotecnológica alemana BioNTech o con el también estadounidense Moderna y los Institutos Nacionales de Salud de EEUU, que con su compromiso y esfuerzo han posibilitado que el mundo vaya recuperando su tradicional normalidad para que -entre otras cosas- Messi cambie Barcelona por Paris y la veneración y fervor de los culés por la de los parisinos.
Nos puede gustar más o menos, pero el fútbol despierta pasiones y emociones en el mundo entero. Además, cada día es más espectáculo y negocio que un simple deporte.
En los últimos años, los derechos de televisión han generado unos recursos para los clubes que han disparado hasta la locura el precio de los jugadores. La limitación del gasto en el coste de las plantillas de los equipos impuesta por la Liga de Fútbol Profesional es un paso importante, pero aún insuficiente.
La Liga española ha estado más de una década siendo una referencia en tres las grandes ligas del mundo. Buena culpa de ello la ha tenido el contar con estrellas como Neymar, Cristiano Ronaldo o Messi. Las grandes estrellas no están atadas a sus clubes por sentimientos, sino por dinero.
Por ello, primero Neymar, luego Cristiano y ahora Messi, han ido buscando nuevos destinos. Esta pérdida para la Liga puede, sin duda, tener repercusión en los derechos televisivos de la misma y, por supuesto, en el presupuesto de los clubes. El camino que pretende la Liga de Fútbol Profesional de hipotecar los derechos a un fondo de inversiones puede ser pan para hoy y hambre para mañana.
En esa encrucijada, Joan Laporta ha hecho lo correcto: es más importante el futuro de la entidad que Messi.
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