Juan Pedro Rivero González | Jueves 24 de junio de 2021
Es una constante últimamente el hecho de que en medio de una conversación, para completar o afinar cualquier afirmación dudosa, saquemos del bolsillo nuestro teléfono móvil y consultemos cualquier dato que aparezca confuso para nosotros o nuestro interlocutor. Parece que hemos ganado en fundamentación y precisión, aunque nos reste espontaneidad y la inexactitud de lo cercano. Ha desaparecido, por este camino tecnológico, el derecho a equivocarnos. Un nombre, una fecha, un dato estadístico, la letra de una canción o el nombre de un político, se precisa hasta el límite que la red nos ofrece.
Si te equivocas es porque no has consultado. No hay razón para que nos equivoquemos.
¿Tenemos derecho al error? O dicho de otra manera, ¿el error tiene algún derecho? Toda la reflexión habida en otras épocas sobre el derecho a la verdad puede venir en nuestra ayuda. Cada uno de nosotros tiene derecho a ser informado verazmente, a dar su opinión libre y sin ser atropellado por ello. Pero la mentira sigue siendo un contra valor que debemos evitar en una sociedad que busca el bien común. No es lo mismo el error, la equivocación, que la mentira. Mentir es torcer la verdad conocida para desinformar al interlocutor de una manera consciente y voluntaria.
Nos podemos equivocar. Y no pasa nada, si en el fondo tenemos la actitud de búsqueda de la verdad y la capacidad de corregirnos. Nadie es inerrante e infalible. Una persona siempre vive en busca de la verdad y, en momentos, la búsqueda es costosa. Acertamos o no. Puede que erremos el tiro cuando afirmamos las cosas. Podemos equivocarnos incluso teniendo un buscador de internet en el bolsillo, pues no siempre buscamos bien, o no siempre la información que encontramos es la adecuada. Es de humanos, evidentemente, errar.
Como antaño oíamos decir como sinónimo de certeza absoluta el “lo ha dicho la radio” o “ha salido en la tele”, puede haberse trasladado a “está en internet”. Y no podemos olvidarnos que la información de la red la han puesto también personas que son susceptibles de error. Susceptibles incluso de maldad. El error es posible.
Este principio nos debe ayudar a tener cada vez más espíritu crítico y contrastar las informaciones que recibimos con paciencia y dejar de reenviar lo primero que leemos o lo que nos llega a nuestros receptores de información. ¿Quién lo dice? ¿Qué dice? ¿Lo dicen otros también? ¿Los autores de lo que se dice, lo dice en verdad?
La red nos ofrece la posibilidad no solo de recibir inmediatamente la información que buscamos, sino que nos ofrece la posibilidad de acudir a las fuentes de esa información. Y saber distinguir nos enriquece. Es preferible escuchar decir a un político en directo lo que dice que escuchar un comentario de lo que dijo. El comentario resume y traduce y, bien sabemos que todo traductor es, de alguna manera, un traidor por inevitable esfuerzo de concreción.
Bienvenido siempre el espíritu crítico. Ojalá sea esto un conquistado “efecto Smartphone”.
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