Ha empezado la Semana Santa, la semana de la Pasión de Cristo, que empieza el Domingo de Ramos y acaba, litúrgicamente, en la tarde del Jueves Santo, pero socialmente se extiende hasta el Domingo de Resurrección, y aquí, en Baleares y en otras zonas, hasta el Lunes de Pascua.
Aparte del sentido religioso, cuya importancia ha ido diluyéndose, aunque persisten con gran fuerza, incluso incrementada, los elementos espectaculares, sobre todo las procesiones, que se han convertido en fenómenos de atracción turística, también tiene un claro sentido laico. Es un periodo de asueto que coincide con el final del frío invernal y el inicio de la bonanza primaveral, y genera un movimiento masivo de la población por motivos vacacionales.
En las economías dependientes del turismo de modo mayoritario o casi exclusivo, como la nuestra, suele marcar el inicio de la temporada turística, que se extiende hasta finales de septiembre u octubre, aunque algunos años, si cae demasiado pronto en el calendario, algunos hoteles vuelven a cerrar hasta mayo. Es, por tanto, la primera época importante para la actividad turística y una de las que definen al final el resultado económico del ejercicio anual.
El año pasado, es innecesario insistir, fue nefasto para la economía y, muy especialmente, para las economías basadas en el turismo. El confinamiento integral provocado por la primera ola de la pandemia provocó el cierre casi total de prácticamente todos los países europeos y el cese de la actividad turística en Semana Santa. El verano fue irregular y los errores cometidos en el control de la pandemia llevaron a una segunda oleada que provocó nuevas medidas restrictivas que obligaron a clausurar la temporada antes de acabar la temporada estival. El intento de relajar las medidas en Navidad provocó que apareciera la tercera ola antes, casi, de que hubiera acabado la segunda.
Para este año 2021 se esperaba una mejora radical de la situación confiando en la vacunación masiva de la población. Pero las expectativas no se han cumplido y la vacunación va con mucho retraso, debido a los graves problemas de suministro por parte de las empresas farmacéuticas.
Y ha llegado la Semana Santa. Y los indicadores de la pandemia no son buenos. Llevan semanas estabilizados con una tendencia más bien al alza. La hostelería sufre severas restricciones para su actividad. Los ciudadanos las tenemos para nuestros movimientos y reuniones. Nos han prohibido salir de las islas. Hay toque de queda. Los bares y restaurantes no pueden abrir para el turno de noche. La vacunación no ha llegado ni al 10 por ciento de la población.
Y en este contexto resulta que van a venir a las islas 40.000 alemanes. Muchos menos de los que vendrían en un año normal, pero quizás muchos más de los que deberían venir en estos momentos. Por mucho que vengan con tests PCR o de antígeno negativos. 40.000 turistas generan movimiento, contactos, interacción social, y sabemos que esas son las circunstancias ideales para la expansión del virus, sobre todo teniendo en cuenta que ahora circula por Baleares la variante británica, que se contagia con mucha más facilidad y rapidez y es más agresiva, y que menos del 5 por ciento de la población de Baleares ha recibido la vacunación completa de dos dosis y menos del 10 por ciento la primera dosis.
Parece que estamos repitiendo el error: relajar medidas demasiado pronto con la obsesión de salvar la Semana Santa turística. El problema es que intentar paliar el desastre económico, que tampoco se paliará demasiado, en caso de llegar la cuarta ola de la pandemia costará muertos y las nuevas medidas restrictivas volverán a colapsar las actividad hostelera y de restauración.
Sería mucho más prudente esperar un poco más hasta que el porcentaje de población vacunada sea suficiente para frenar la circulación del virus. Parece que finalmente se va a poder disponer de dosis suficientes para iniciar la vacunación masiva. Hacerlo en condiciones de una cuarta ola será mucho más difícil y costoso, en términos económicos y, lo que es mucho peor, en vidas.