Ya el Nobel de Economía, Milton Friedman, defendió el cheque escolar: un bono por el coste del puesto escolar con el que cada familia acude al colegio de su elección. Hablar de esto se ha convertido en un tabú para algunos que no creen en el derecho fundamental de los padres a la educación de sus hijos.
Una propuesta que se perfila como la solución para el creciente colapso del modelo educativo y su creciente politización. Las ayudas de la administración se transfieren directamente a las familias, de forma que estas son las que deciden el centro al que envían a sus hijos; así, la ayuda por cada niño escolarizado se corresponde con el coste del puesto escolar.
Esto lleva indudablemente a la competencia, y los centros han de mejorar su oferta para dar satisfacción a sus clientes elevando su calidad, que es lo que en nuestra comunidad autónoma necesita.
Se conseguiría una mayor diversidad de la oferta, porque grupos minoritarios de padres podrían estar interesados en que la educación de sus hijos incidiera más en algún aspecto concreto.
El profesorado tendría un incentivo para desarrollar una profesión indudablemente profesional, evitando los efectos de la burocratización. Muchos profesores podrían querer unirse para poner en marcha sus criterios pedagógicos. Los colegios estarían, además, interesados en fichar a los profesores más creativos, dinámicos y preparados.
Es una forma de resolver el conflicto lingüístico, porque los padres elegirían la enseñanza para sus hijos, sin estar condicionados por los políticos.
El porqué no se habla del cheque escolar reside en que cuestiona los estatus de las cúpulas sindicales de docentes y de las patronales, y quita el poder a los políticos para desarrollar procesos de ingeniería social educativa.
Esta opción educativa ya funciona en Suecia, Nueva Zelanda y Australia, en cinco regiones italianas, en varios Estados norteamericanos...
La reducción del gasto público y la mejora de la calidad serían sus resultados. En Estados Unidos, los experimentos se han puesto en práctica en barrios deprimidos con escuelas conflictivas, y los resultados han sido excelentes.
Es posible ponerlo en marcha; sólo falta que lo haga quien no tenga miedo a la libertad de elección de centro, quien crea firmemente en nuestra Constitución, que ampara a los padres como los verdaderos protagonistas de la formación de sus hijos, y quien quiera perder ciertas prebendas en aras a la libertad y el interés general.