En Fuerteventura y en Tenerife llamamos chirato al pequeño fruto del amorseco, esa planta herbácea de la familia de las compuestas. En otras zonas de Canarias se conoce el chirato con los nombres de amorseco y brujilla.
Recuerdo en mis niñez la voz de mi abuela “no pases por ahí que te llenas de chiratos”, igual que recuerdo el proceso de limpieza posterior del pantalón cargado de aquellas semillas que buscan tierra para que siga el ciclo de la vida de la planta, acompañado de la frase en la misma voz “ya te lo había dicho, mira como te has puesto”.
El llamarlos amorsecos es algo así como una interpretación traslaticia de lo que conocemos como una relación de apego inútil. Igual que “amor de lejos amor de pendejos”, lo mismo es la cercanía seca de un amor inútil. Por esa misma inutilidad es por lo que imagino y titulo que la vida de un chirato tiene mucho de tristeza.
Pensaba en ello al recordar tantas relaciones secas unidas por la costumbre o por el compromiso, con falta de renovar el amor primero que les llevó a entrelazar la vida en una historia común. Y hay que cuidar los pequeños detalles que permiten que el amor no se seque. No se si la tristeza la tiene el chirato o la tiene el pantalón que sufre una presencia inútil e incómoda. Si algo tiene solución y la solución no se busca nadie debería quejarse. Y medios para refrescar el amor primero existen y se deben usar. Pienso ahora en el centro de orientación familiar en el que tantos profesionales, de manera altruista, cuidan que no lleguen a enquistarse situaciones que hacen infeliz a quienes están llamados a ser felices.
Por otro lado, la pequeña semilla de chirato me recuerda la callada labor, esta vez positiva, del que dedica su tiempo a estar con otros. No hace mucho me decía la coordinadora de acción social de Cáritas diocesana que en los proyectos de acogida de personas sin hogar no siempre los voluntarios tiene que estar porque tengan que hacer. Deben estar por el mero hecho de estar ya es algo importante. Estar con otro, a su lado, dispuesto a escuchar y compartir un trozo de existencia, hace que la costumbre de la soledad fría no se convierta solo en soledad cálida, sino en acogida comunitaria. Es curioso lo que nos puede enseñar un simple chirato incómodo que se pega a tus pantalones como algo inútil.
En tercer lugar, porque el tres tiene fama de plenitud, el chirato me recuerda aquella frase que le escuché a D. Agustín Yanes Valer, el primer sacerdote sordo ordenado en España, que con su voz de volumen impreciso nos decía que “nadie es inútil; que solo somos inútiles cuando perdemos la capacidad de amar”. Es una enseñanza en una frase que hace que nuestra vida sea algo más que una semilla de amorseco.
Al final va y resulta que el chirato no está tan triste como pensaba.