Ha empezado el vacunado, naturalmente mal programado, y se ha convertido en deporte nacional saltarse la cola para vacunarse cuando aún no le corresponde. Naturalmente el oficio en el que más abunda es de los políticos, esos señores que a veces elegimos, la mayoría de ellos no, y que viven de lo que nosotros pagamos a la administración; esos señores que, en teoría, existen para hacernos la vida más fácil.
Saltarse la cola, que cuando uno oye la noticia puede parecerle gracioso, es mucho más que colarse, eso que siempre pasa en la cola de la frutería cuando coincidimos con el jeta de turno. Nos puede parecer una chorrada pero si uno reflexiona sobre ello saca inevitables conclusiones.
Saltarse la cola es egoísta, pues esa dosis que se ha puesto el político, que no le correspondía ha dejado de ponerse a una persona que tenía más necesidad y sobre todo más derecho.
Saltarse la cola es insolidario con las personas a las que se deben esos supuestos representantes del pueblo; insolidarios con todos esos paisanos a los que se les prohíbe visitar a familiares, desarrollar su trabajo o simplemente tomar un café en el bar de la esquina.
Saltarse la cola es de cobardes, seguro que los políticos que se cuelan han visto la película Titanic y se identifican con las ratas que huyen hacia no saben dónde y no se identifican con los músicos que tocaron hasta el final del hundimiento. Tienen miedo a enfermar o morir y son capaces de cualquier cosa para subirse a un trozo de hielo. Piensan que su salud o vida es más importante que la de cualquier otro.
Saltarse la cola es ofensivo para nosotros los ciudadanos, pues piensan que las estúpidas explicaciones que nos dan nos las creeremos. Además de sinvergüenzas nos toman por tontos, en nuestra propia cara.
Saltarse la cola es de listillos, pues piensan que nadie se enterará y si alguien se entera o se publica la noticia ya escampará, que la memoria colectiva es muy débil y el que se ha colado se considera imprescindible para salvar el país. Que Dios nos libre de los salva patrias.
Saltarse la cola es un acto de desobediencia, pues se ha dictado una norma que es el orden de prelación en la vacunación y ellos, que juran lo que juran al ascender a un cargo, se lo saltan. Es como saltarse el toque de queda para tomar unas copas. Las normas no son para los políticos, solo para los ciudadanos.
En definitiva, llevamos prácticamente un año en que los políticos invaden y nos reducen nuestros derechos de forma reiterada y en muchos casos grosera y a día de hoy, hay unos quinientos de ellos que se han saltado la cola. Seguro que todos tienen una razón que consideran legítima pero que a nuestros ojos no lo es.
Lo que tienen que hacer esos quinientos individuos es ir desfilando hacia su casa por las razones citadas. Ni siquiera que pidan disculpas, que se marchen y todo eso nos ahorraremos, que seguro que su silla será ocupada de inmediato.
En cada vacunación saltándose la lista hay un abuso de poder y saltarse los criterios de prioridad sanitaria por una aberrante arbitrariedad. Cada vez que han vacunado a una persona que no le correspondía han dejado de vacunar a una que si le correspondía, que tenía más necesidad y sobre todo más derecho. No podemos consentir esas actitudes y es hora de que la ciudadanía exija responsabilidades.