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Del amonal a las cigalas

Por José Manuel Barquero
domingo 15 de noviembre de 2020, 09:09h

Ayer Lou celebró su cumpleaños. Eramos pocos, claro, pero a ella le gusta hacer las cosas bien, aunque sea en la intimidad. Como todos los gallegos, tras casi un cuarto de siglo expatriada mantiene esa conexión telúrica con la cuna, que en su caso se manifiesta en la pasión por el mar, y lo que es mejor, por sus productos. O sea, que Lou, como si fuera Fariña, movió sus contactos en las Rías Altas para que ayer aparecieran de buena mañana en Mallorca cigalas y centollos pescados el día antes en Finisterre.

Mi padre cumplió años el mismo día que Lou. También es gallego, aunque lleve medio siglo viviendo en el País Vasco. Esta semana lo noté animado por teléfono desde Vitoria, y dadas las circunstancias esa fue la mejor noticia. Solo al final de la conversación se coló un ápice de tristeza en su voz, cuando me dijo que no recordaba haber celebrado nunca su cumpleaños comiendo en casa a solas con mi madre. Se lo conté a Lou, que tuvo una idea genial: desviar un kilo de cigalas del cargamento original para que les llegaran ayer a Vitoria, por sorpresa.

La imagen resultaba divertida: mi padre o mi madre en pijama, recién levantados, recibiendo sin previo aviso una caja de porexpan llena de bichitos listos para comer. Pero entonces lo pensé mejor. No era una buena idea. Durante dos décadas, a mi casa en Vitoria no llegó jamás un paquete que no pasara antes por las manos de los escoltas, y por un escáner. Fueron muchos aniversarios sin regalo cuando no lo podía llevar en persona. “Déjalo, hijo, que es un lío”.

Así que hubo que cambiar el plan, y evitar una situación que pudiera traer malos recuerdos. Como el viernes fue el día de las librerías, mentí a mi padre para decirle que la asociación española de libreros, que no sé si existe, había organizado un sistema de entrega inmediata, y que estuvieran pendientes porque el sábado les llegaría un paquete con un par de libros.

Se pongan como se pongan los enfermos políticos de Alzheimer que nos gobiernan, en Euskadi siguen viviendo individuos que enviarían un paquete bomba a personas como mi padre solo porque no piensan como ellos. Si no lo hacen es porque han llegado a la conclusión que destrozarle la cara y las manos a alguien que abre una caja en su casa, o hacerle un agujero en la nuca, o levantarlo por los aires en su coche, son acciones que ya no conducen a nada, porque el Estado de Derecho en España ha derrotado al terrorismo independentista vasco. Dicho de otro modo, a la izquierda abertzale no le ha quedado más remedio que reconocer que cada tiro en la cabeza, cada tartera de explosivos, cada atrocidad en nombre de la patria, les alejaba de su proyecto de construcción nacional. Así que lo dejaron. Sin perdón ni arrepentimiento, solo por cálculo político.

La prueba de ello es que a los etarras arrepentidos se les recibe en el pueblo a hostias, o lo que es peor, castigados con un silencio ominoso, por cobardes y traidores. Estos son los de la reconciliación que premia Sánchez, blanqueando un partido que es como el resto para cobrar subvenciones públicas y explicar desde una tribuna parlamentaria sus ideas políticas, pero distinto en todo lo demás.

De todas las maniobras indecentes que ha perpetrado Sánchez traicionando su palabra, esta es la peor. El mentiroso compulsivo que habita La Moncloa ofende la memoria reciente de miles de víctimas directas de ETA, y sus terminales mediáticas terminan de insultarles con el argumento de la nostalgia: chicos, ya es hora de superarlo.

En serio, lo hemos superado. Tenían que verme ayer chupando cabezas de cigala, o a mi padre este verano jugando a las palas con sus nietos en una playa del Cantábrico. Ni un puto trauma. Pero una cosa es superar, y otra distinta olvidar. Lo que yo no entiendo es por qué el biznieto de un represaliado en la Guerra Civil tiene derecho a recordar, y a recuperar unos huesos de una cuneta para enterrarlos con dignidad, y millones de españoles tienen hoy que olvidar rápido, y soportar que el gobierno de su país negocie con los herederos de estos salvajes unos votos que no necesita. ¿A cambio de qué?

Se necesitan toneladas de gel hidroalcohólico para enjuagar la boca del ministro Abalos, un tipo que ha tenido la desvergüenza de comparar esta maniobra política con el período de la Transición democrática, como si Carrillo se hubiera presentado frente a Suárez con una pistola humeante. Más exacto sería imaginar a Emmanuel Macron negociando los presupuestos de Francia con un partido que justificara los atentados de Bataclán, a Boris Johnson los del Reino Unido con el islamismo radical, o a Joe Biden charlando en la Casa Blanca con los amigos de Al Qaeda.

Hubiera preferido dedicar todo este artículo a glosar las bondades del marisco gallego, pero considero una obligación recordar al ser amoral que nos gobierna que el viaje desde el amonal a las cigalas no ha sido tan rápido como el de sus mentiras para llegar al poder.

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