Hoy, por ayer, es un día diferente. Estoy escribiendo desde mi casa, que considero mi castillo, un lugar privado al que solo acceden las personas que más quiero; si tengo que verme con alguien de regular confianza lo hago en un bar o cafetería… mientras nos dejen. Por el contrario, valoro mucho el hecho de que una persona te abra las puertas de su casa, sea un humilde hogar o un ostentoso y horrendo palacio. El mensaje que da, que yo doy, es que soy uno de los suyos, lo que ahora se denomina espantosamente familia elegida.
Me acompaña como siempre un café, una bebida que me da vida y con cuyo aroma he crecido; nada huele tan bien como el café recién hecho en cafetera italiana. Es retroceder cuarenta años, volver a mi infancia y adolescencia, y tomar café con amigos de mi familia y parientes que paraban en casa a tomar simplemente un café y a mantener una breve tertulia. El tiempo no importaba, no tenía el valor que le damos ahora, pero desde luego vivíamos más tranquilos y quizás mejor. Esa ciudad ha desaparecido.
La ciudad ha desparecido porque la sociedad ha desaparecido; esa sociedad. Hoy las cosas son de otra manera. Mucho hemos cambiado desde la primera mitad de los ochenta. Para bien, no tenemos víctimas del terrorismo cada semana y somos una sociedad rica a pesar de las actuales circunstancias; para mal, porque se han perdido la educación y las formas entre las personas y entre los políticos. Da igual que un ministro clausure Madrid con datos desfasados que le son más favorables políticamente y no le preocupen los ciudadanos, que no hay que olvidar que son a quienes deben servir.
Los políticos de ahora, los que nos rigen, son personan desideologizadas. Nicolás de Maquiavelo dijo que el fin justifica los medios, lo que pasa es que no cabe una aplicación literal tal y como lo está haciendo el Gobierno de la Nación, que utiliza los medios que considera necesarios para los fines inconfesables que pretende obtener, como es la modificación del Estado de Derecho por la vía del hecho y no del derecho.
En ningún país de nuestro entorno ha tenido que salir gente con autoritas a proclamar “Viva el Rey”. Resulta a todas luces insólito que las personas que creemos en el modelo de Estado que surgió de la Constitución del 78 debamos -como ya hicieron en los 70 nuestros padres- iniciar una reconciliación entre los nietos de la guerra. Son los nietos de la guerra los que han iniciado esa huida hacia delante que nos impide tratar y solucionar los problemas que de verdad tiene este pequeño, y también el grande, país.
El Gobierno de la Nación, por una parte, ha abducido la función del poder legislativo y ya no existe prácticamente control al ejecutivo, pues los partidos, unos y otros, embarran el hemiciclo y resulta imposible sacar nada en claro. Por otra, el Gobierno va a por el poder judicial. A ese debemos agarrarnos para la defensa de nuestro Estado de Derecho. Los jueces deben ser, desde la más absoluta independencia, los llamados a restablecer el orden legal. El imperio de la Ley es más necesario que nunca puesto que el país hace aguas.
Nunca he sido partidario de los grandes elogios ya que todos somos humanos, pero por una vez, desde la más absoluta humildad, me uno a los ilustres y digo Viva el Rey.