Un estudio del Banco Mundial asegura que por cada euro invertido en educación en un país, su economía aumenta en 20 dólares, siendo ese beneficio tanto económico como social. La educación aporta riqueza y mejora la calidad de vida.
Algunas conclusiones del estudio son, por ejemplo, que a mayor escolarización, mayor PIB. Otra es que a mayor escolarización para los niños, mayor salario en su edad adulta.
Tras contundentes conclusiones nos topamos con la triste realidad en nuestro país. La ministra de Educación, Isabel Celaá, contraviniendo la ley de educación vigente y premiando la mediocridad y la ausencia de esfuerzo, permite que los alumnos pasen de curso sin límite de suspensos. El mensaje que los niños reciben es que para qué esforzarse si van a pasar igual.
La sorpresa de los alumnos vendrá cuando se den cuenta de que en la vida se premia el esfuerzo y que obtienen mejores resultados los perseverantes que los listos. Es un efecto darwiniano, no sobrevive el más fuerte (o mejor dotado) sino el que mejor se adapta al entorno. Y el entorno laboral y empresarial requiere esfuerzo para despuntar sobre la competencia.
Inculcar desde pequeños el valor del esfuerzo es mucho más importante que aprobar una asignatura.
Otro hecho que recoge el menosprecio de este gobierno por la educación es la pretensión de gravarla con un impuesto. En la actualidad esta actividad está exenta por considerarse un servicio esencial. Plantearse la aplicación de un impuesto va en contra de la consideración de esencial por parte de este gobierno. Se salvaría la educación pública y atacaría gran parte de la concertada (aquellos niveles sin financiación como Bachillerato, Infantil en el tramo 0-3 o las actividades extraescolares), a colegios privados, universidades privadas y academias. Sería un golpe a la libertad de la enseñanza y un castigo a todo aquello que rezuma a privado. La sanidad privada también está en la terna.
Eso significaría que gran parte de la cuota que pagan los alumnos iría a Hacienda porque, la característica de la enseñanza es que su mayor coste es el de personal, exento de impuesto. Por tanto, mantener la cuota (en ninguna cabeza pasa incrementarla en el entorno actual) implicaría que un porcentaje se convertiría en impuesto, detrayendo ingresos al empresario con los que afrontar sus gastos. Al haber poco impuesto que deducir, el gran beneficiado sería Hacienda. El perjudicado, una vez más, el empresario que, además de haber visto como le reducían el aforo y, por tanto los ingresos por la pandemia, recibirá una estocada de muerte si prospera esta medida. Al final, la gran perjudicada sería la sociedad y la generación de estudiantes que verían reducidas sus opciones de formación.
Esto saturaría los colegios públicos y aumentaría el gasto público. Además, lo dije recientemente en otro artículo, aumentaría la mediocridad puesto que la actividad de docencia no reglada (¡vaya nombre!), es decir, la que se da fuera de los colegios, permite el perfeccionamiento en aquellas materias que no se dan en clase o sobre las que no se profundiza (idiomas, música, cálculo matemático, manualidades, etc).
En un entorno de deterioro de la educación, siento envidia de Corea del Sur que en 1957 era más pobre que Ghana y hoy es más rica que España. Y lo ha conseguido basándose en tres pilares, siendo uno la apuesta firme por una educación de calidad. Los surcoreanos dan una importancia enorme a la educación y llegar a la universidad requiere un gran esfuerzo. Los profesores tienen un gran reconocimiento social y requieren de un gran nivel académico para llegar a serlo. El sueño de los alumnos con mayor talento es entrar en la Facultad de Magisterio cuyos requisitos de entrada solo permite elegir a los mejores. Muchos profesores son referentes de opinión y se han hecho millonarios gracias a Youtube.
Desoyendo las conclusiones del Banco Mundial y obviando el ejemplo de los surcoreanos, aquí hacemos puntos por tener una generación mediocre y un país más pobre. Aquí no se valora el esfuerzo. Ni el de los alumnos por buscar el aprobado o una buena calificación, ni tampoco el de los empresarios que han invertido en una mejora de la calidad de la enseñanza más allá de la que ofrece la pública. Una sociedad que no valora el esfuerzo es una sociedad mediocre. Y una que no valora el esfuerzo por mejorar la educación, está condenada al fracaso. Y ahí nos quieren llevar.