La república y el fin del mundo
viernes 25 de septiembre de 2020, 10:58h
En octubre de 1989, en el transcurso de un inolvidable -y caótico- programa de la serie "El mundo por montera" que dirigía Fernando Sánchez Dragó, el profeta y enorme dramaturgo Fernando Arrabal pronosticaba, -para ser fidedignos, borracho como una cuba- que la ideología apocalíptica de los comienzos del nuevo milenio, el milenarismo, iba a llegar. Se refería a esta visión catastrofista del mundo como propia de los pobres frente a los ricos, de las mujeres frente a los machos y de los infantes frente a los adultos.
Solo un genio como Arrabal es capaz de adelantarse más de treinta años a la zozobra intelectual y política que invade a la izquierda antisistema.
Esta semana que termina, diferentes dirigentes del entorno podemita han comenzado a lanzar mensajes genuinamente milenaristas. Aunque, obviamente, ni Iglesias ni su ministro de universidades, Manuel Castells, son lo que pudiéramos calificar como 'pobres' -mucho menos, mujeres o niños- lo cierto es que parecen haberse puesto de acuerdo para espetarnos sermones acerca del fin de la civilización como la teníamos entendida hasta ahora y el nacimiento de un nuevo mundo en el que se supone que ellos mandarán.
Ignoro por completo si, al igual que Arrabal, la inspiración les provenía del consumo poco mesurado de etanol, o si, quizás, se han inyectado la vacuna rusa -soviética, que diría Fernando Simón- y están bajo sus efectos secundarios, pero lo cierto es que Iglesias insiste en vaticinar la caída de lo que llama 'el régimen del 78' y la llegada de una salvífica república, en la que, además, la derecha jamás volverá a gobernar (¿se acuerdan de lo que sucedió con el "no pasarán"?), mientras Castells anunciaba que el mundo ya no iba a ser el mismo.
Que tales teorías las formulase alguien tras las guerras del siglo XX tendría una explicación. Aun así, incluso con bombas nucleares, el mundo de 1945 se parecía bastante, para el común de los mortales, a aquel que habían dejado atrás, al menos en lo que se refería a las relaciones sociales. Naturalmente hubo muchos cambios y progresos en la posguerra -en general, a mejor, salvo en el bloque comunista-, pero las clases trabajadoras seguían yendo a currar a las fábricas, talleres y oficinas y los ricos continuaban jugando al golf. Como ocurre también hoy, vaya.
Dice Felipe González que si la república que va a venir para redimirnos de la injusticia social es esa 'republiqueta' que propugna Iglesias, mejor nos quedamos como estamos. Una de las más sorprendentes alteraciones que está consiguiendo el podemismo en el pensamiento de la España de 2020 es unir frente a ellos en un mismo bando a monárquicos, indiferentes -me temo que la mayoría- y republicanos honestos poco dispuestos a armar una guerra civil para imponer su régimen ideal y poco amigos de los amigos de Iglesias.
La cuestión no es nueva. Es la contraposición de la república de Azaña frente a la de Largo Caballero. La democracia parlamentaria frente a la mal llamada república popular, eufemismo con el que en el siglo XX se designaban las dictaduras comunistas. La primera -la democrática- perdió la guerra civil -mucho antes incluso del 18 de julio de 1936- gracias a que se impusieron las ideas de la segunda, que ochenta años después trata de resucitar Pablo Iglesias.
Sánchez no es Largo Caballero, porque aunque ambos comparten lugar de nacimiento, nuestro seductor presidente del Gobierno carece por completo de ideología, lo cual es una ventaja para seguir flotando entre restos aunque el Titanic se hunda.
Iglesias cree que su peso parlamentario es suficiente para imponer sus tuneadas ideas decimonónicas y la verdad es que, hasta ahora, este planteamiento le ha funcionado aparentemente bien. Pero ya sabemos que Sánchez es tan fiable como una escopeta de feria y que le bastaría asegurar cualquier otro sudoku en las Cortes que fuera favorable a sus intereses -fundamentalmente, conservar la poltrona hasta el final de legislatura- para que el panorama cambiase para el galapagueño de adopción.
Sucede, sin embargo, que Sánchez continuará simulando asimilar las ideas de Iglesias porque lo que en realidad quiere es engullirlo enterito, con círculos, asambleas, esposa, chalet y personal subalterno incluidos, algo para lo que lleva buen camino, según indican todos los sondeos, a excepción de los del CIS, que sigue maquillando el desplome de los comunistas en favor del PSOE para no levantar la liebre.
Por ese motivo Sánchez desplaza y desplanta al rey, con descaro y para que lo noten podemitas e indepes, proclama una reforma educativa en la que va a eliminar la enseñanza concertada -ni en cien años tendrá dinero para ello, me temo-, y anuncia la tramitación de indultos para los cabecillas puigdemoníacos, el descafeinado del delito de sedición, la demolición del Valle de los Caídos y la Ley de la Revancha Democrática. Curiosamente, Pablo se lo traga todo, pero al final es Pedro el que se lo merienda a él de un solo bocado.
El apocalipsis milenarista que augura Podemos está más cerca, pero, eso sí, solo para ellos.