El miedo nunca es un recurso pedagógico adecuado. El axioma de que «la letra con sangre entra» a la larga hace odiosa las letras, las ciencias y lo que se presente. Los criterios científicos generales asumen que el camino del miedo posee una limitada fuerza motivadora para la programación educativa. Por este motivo, casi universalmente aceptado, los hijos, en general, ya no viven su infancia y adolescencia con miedo a sus padres.
Pero, ¿y los padres? No son pocos los que anuncian que los príncipes han destronado a los reyes de la casa y que son ahora los padres los que sufren el miedo. Miedo a no estar a la altura educativa, miedo a traumatizar a los hijos con decisiones a las que puedan ser incapaces de digerir, etc. El miedo a los hijos puede con los padres, especialmente el miedo a que les dejen de querer, lo que manifiesta unas limitaciones de personalidad severas.
Miedo a los hijos nacidos y miedo a los hijos por nacer. El retraso de la nupcialidad y de la paternidad nos ha situado en porcentajes peligrosos de sostenibilidad social. ¿Por qué hay tan pocas parejas que asumen la procreación como una dicha? Por miedo. Se tiene miedo a los hijos.
Más grave es aún el drama social del aborto selectivo que convierte la discapacidad en un enemigo social y hace desaparecer precisamente a aquellos a los que aplaudimos cuando el cine los llama Campeones. Es otro miedo social edificado sobre el miedo personal a que los hijos se enfermen y no sean perfectos. Se han convertido en extraordinarias las familias numerosas y escasean los análisis rigurosos sobre la felicidad de los hijos cuando los hermanos son más de tres.
El sistema dificulta esta opción. No hay estímulos a la natalidad. Pareciera que la administración del estado también tiene miedo a los hijos. Los contempla más como una dificultad laboral que como la garantía de sostenibilidad social. Cuando nacen menos de los que se jubilan, las espaldas jóvenes han de sostener una carga solidaria que insolidariamente estamos colocando sobre ellas todos por miedo a los hijos.
Hace un mes una profesora universitaria me contaba la reacción de sus compañeros de departamento cuando se enteraron de su tercer embarazo. Con este embarazo entraba en la lista de personas raras que toman una decisión que les iba a suponer un sobre esfuerzo docente durante su baja maternal. Yo imaginaba cómo poder decir felicidades con la cara, sintiendo que no es un motivo de gozo la noticia que se recibe. Es otra forma de experimentar el miedo a los hijos.
Si se interpreta que un hijo limita tu currículo personal, el hijo no es un don, es un problema. Y en cualquier currículo debería contar más, como aspecto positivo, haber tenido un hijo que poseer carnet de conducir y coche propio. Esto se escribe, aquello se oculta. Incoherencias de un sistema que ha convertido a los hijos en mera tarea y carga olvidando lo que tienen de don y gracia porque refrescan las artrosis de nuestra envejecida sociedad.
Solo se puede tener miedo a lo malo. Y en ese apartado no entran los hijos.