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Te espero junto al pescador eterno

domingo 03 de mayo de 2020, 14:05h
Por Tamara Ventura Díaz
Mi vida en Las Palmas de Gran Canaria comenzaba a la vez que se expandía el coronavirus por Wuhan. Mientras miles de personas viajan a China para vivir el nuevo año lunar, yo espero con ilusión empezar a trabajar en la agencia de creatividad canaria: Creatívica. Esta experiencia me emociona ya que desde que empiezas a vivir en Gran Canaria, puedes notar cómo la vida fluye de forma muy positiva y optimista, tal y como se siente en el ambiente laboral de esta agencia, con gente muy acérrima en todo lo que hacen.


Las Palmas es realmente la ciudad más ciudad de Canarias, pero conserva ese toque canario que nos hace sentir tan bien cuando volvemos del extranjero. Aunque claramente falta demasiado verde, y no lo digo porque venga de La Gomera. Por fin estoy medianamente instalada en un piso desde el que puedo ver una pequeña porción del mar, además de la conocida “barra” natural que recorre la playa de Las Canteras y que se deja ver cuando baja el nivel del mar. Aquel 14 de marzo, cuando observaba maravillada la gran cantidad de vida que existe en Las Canteras a pesar de convivir con el turismo masificado, toda la vida para de golpe. Sin embargo, la cuarentena decretada ese sábado se ha convertido en un punto de inflexión y un espacio de reflexión. Y ahora les cuento por qué.


Cuando llegaba a casa todos los días desde la agencia, me quitaba la ropa y quería tener privacidad, de hecho, me molestaba tener vecinos justo enfrente que me veían desde sus ventanales, que casualmente están ubicados justo a la altura de los míos. Sin embargo, muchas cosas han cambiado durante la cuarentena. Estos días se han convertido en días de reinvención, tanto sobre todas aquellas cosas que ahora no tenemos o no podemos disfrutar, como las que sí. Y creo que esto nos ha pasado a muchos.


No recuerdo haber apreciado tanto un rayo de luz, aunque también es cierto que si vives en Canarias, estás bastante acostumbrado al mar y a coger sol casi todos los días. Pero ahora, la azotea ha ocupado un lugar esencial en mi vida, sustituyendo en cierto modo mis rutinas en la arena. Ahora disfruto mucho más cada vez que me asomo en la ventana, también el contacto que he hecho con otras personas y, más especialmente, cómo he conocido a mi desconocido.


Un día, decidí dejar un mensaje en la ventana. Para mi sorpresa, justo el vecino de enfrente me respondió. Y así iniciamos una conversación a través de mensajes escritos, hoja tras hoja. Y entre mensajes y aplausos a las 19:00, pasaban los días. Y entre barraquitos caseros y suspiros, empezaron a surgir coincidencias inesperadas. Cruzar miradas en el supermercado se había convertido en una cita obligatoria. Nunca había disfrutado tanto hacer listas de la compra o salir a tirar la basura. Además de los paseos y respirar aire fresco, de vez en cuando me cruzaba con mi señor.


Cuando restringieron todavía más las medidas, recurrimos a los encuentros entre azoteas, nuestras nuevas aliadas. Todavía seguimos hablando de lo que nos gustaría hacer y a dónde planeamos ir cuando podamos vernos a menos de un metro de distancia, sin un portal de por medio y más allá de donde alcanzamos a ver desde nuestras ventanas. Tenemos claro que nuestra historia se ha iniciado con el coronavirus, pero no terminará con el levantamiento del estado de alarma decretado por el Gobierno español, no será tan solo un paréntesis.


A pesar de que muero por saltarme las reglas, recurro a escribirte a través de cualquier medio de comunicación que me publique este texto para enviarte ánimos, y aunque la lucha de tu madre no sea contra el coronavirus, espero que este nunca llegue a tu portal. Mientras tanto, sabes que seguiré esperándote en el edificio de enfrente, nos vemos esta tarde a las 19:00 para aplaudir mientras nos tomamos otro barraquito casero. Si lees esto, espero que quizás nos crucemos por la avenida de Las Canteras, estaré paseando a partir de las 20:00 cerca del pescador eterno. Espero conseguir por fin tu número, y quizás, solo quizás, un beso.
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