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Rule Britannia

viernes 13 de septiembre de 2019, 05:00h

Como profundo admirador del pueblo británico, no deja de sorprenderme su permanente dualidad. Los hijos de ‘la pérfida Albión’ –históricamente y de forma alternativa, nuestros peores enemigos y nuestros mejores amigos-, son capaces de abarcar un paisanaje que va desde la incalificable zafiedad de quien, probablemente siendo en su patria un simple currante sin especiales problemas, es detenido en Magaluf por provocar altercados, completamente borracho y drogado, y sin mejor ocurrencia que masturbarse en los calabozos del Juzgado a presencia de la fuerza pública y de su propia abogada defensora, hasta la indudable calidad humana de personajes entrañables y del más alto nivel democrático, como John Bercow, el popular speaker de la Cámara de los Comunes, cuyas intervenciones agudizan la envidia que muchos sentimos por el parlamentarismo británico, azotado hoy por el neofascismo populista de los brexiters. La Gran Bretaña ha sido al tiempo cuna de los jóvenes descerebrados que tienen dificultades para comprender el funcionamiento de un simple balcón, pero también del fallecido Stephen Hawking, uno de los sabios más eminentes que ha dado nuestra especie. Podríamos llenar páginas de ejemplos de esa bipolaridad social e intelectual.

Ciertamente, de la Britannia imperial queda ya poco, y lo que el populismo ensalza de su historia es una simple caricatura nostálgica para consumo de mentes simples, pero el pueblo británico en su conjunto sigue siendo tan digno de admiración como siempre, con su enorme resiliencia y también con sus contradicciones, de las que los españoles vamos también, por cierto, bien servidos.

Johnson quiere secuestrar una democracia de ochocientos años y para ello clausura la cámara y se envuelve en la Union Jack como salvador de la patria que cree ser, vendiendo una fantasía de superioridad identitaria, como si los británicos fueran otra cosa que europeos. Porque ahí radica el quid de la cuestión, el de que el populismo –sea comunista, fascista, secesionista o solamente patriotero- inventará y reescribirá la historia tantas veces como haga falta para alcanzar el poder manipulando la credulidad de la gente ávida de épica, real o ficticia. Pero los europeos ya sabemos cómo acaba esto, nos costó millones de muertos en dos guerras mundiales.

Hoy el populismo se disfraza de democrático, pero su fondo es exactamente el mismo que el de la primera mitad del siglo XX. Así lo entendió hace más de cincuenta años alguien tan inequívocamente británico como Sir Winston Churchill que, interpretando con su natural sagacidad el peligro permanente del discurso nacional-populista, abogaba abiertamente por la construcción de unos Estados Unidos de Europa.

Encontrar hoy en nuestro continente líderes de la talla de Churchill es algo completamente ocioso, pero de vez en cuando, entre soflama y soflama del populismo suicida de Boris Johnson, alguien debería recordarle que, en última instancia, nuestra denostada y defectuosa Unión Europea es hija de la mente del más grande británico que dio la historia, y que esa grandeza no la eliminan ni la gigantescamente enojosa burocracia comunitaria, ni sus mentiras.

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