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La gran estafa

Por Francisco Gilet
miércoles 24 de julio de 2019, 04:00h

«Nada» es la famosa frase surgida de los labios del futuro Luis XVI, después de su noche de bodas, con la austriaca María Antonieta, como resumen de cuanto había sucedido en el tálamo nupcial. Pues bien, nada es lo que surge de horas y horas, palabras y más palabras, en una sesión de investidura que solamente ha rezumado vacuidad para los ciudadanos que, ingenuamente, escucharon la televisión o la radio. Este hombre, Sánchez, exhuma una absoluta necesidad, una total ansiedad, hasta angustiosa hambre para seguir ocupando el dormitorio de La Moncloa. Ya no es el poder, en sí mismo, lo que desprenden el lenguaje verbal y corporal del candidato, es mucho más. Es la apropiación de la presidencia, no del gobierno, sino del mismo Estado en su completo perímetro. Se trata, para Sánchez, de presumir de tener el don de ser, de tener, de poseer el derecho a ocupar el símbolo físico del poder gubernamental. Por ello, no resulta nada extraño que, millones de palabras surgidas de sus labios y de sus gestos, no contengan sino la nada. Ni una sola palabra, ni una sola idea fuerte, es posible encontrar que indique al ciudadano qué desea hacer con ese poder que, angustiosamente, anhela. Y encima, esa perentoriedad personal de seguir en la Moncloa, la exige cual derecho cuasi divino por ser él quién es; Sánchez.

Detrás de esa deriva personalista, aparece un halo que, desgraciadamente, le acompaña desde el primer día en que apareció en el escenario político español; el fraude. El candidato, por no se sabe que derecho innato, exige que, sin programa, sin definición, con promesas incompletas, con palabras huecas, sea implantado como aspirante a presidir el ejecutivo. Un aspirante auto instituido, con un sí al Monarca, supuestamente adornado con los apoyos necesarios para gobernar España. Y, después de meses de supuestas conversaciones, llega al Congreso más solo que la una. No tiene ningún apoyo, no tiene ningún respaldo, ningún acuerdo que le permita lograr los votos necesarios para alcanzar la mayoría suficiente para ser investido. Y eso, es un fraude, una estafa total que ejecuta cuando acepta el encargo del Monarca, dándole por afirmado que goza de los acuerdos suficientes para lograr que, ese encargo, llegase a buen puerto. Nada de todo ello es cierto, sino una gran falacia, una gran estafa, en la cual ha embaucado a todos los ciudadanos, incluido el Rey. Una estafa que solamente se adorna de un solo voto afirmativo; el del representante cántabro. Eso y la nada, es lo mismo.

Lamentablemente, el trasfondo de esa deriva personalista, egocéntrica y narcisista encubre un cambio de sistema, una revocación del régimen. Sánchez, no es simplemente un socialista candidato para presidir un gobierno, sino un fantasmagórico presidente de una república inventada, que, sin vergüenza alguna, arrincona la figura del Rey y su función constitucional en el trámite de investidura. Sánchez, aceptó el encargo sin contar con un solo apoyo, dando por descontado que lograría esos soportes a la contra. Y lo repite una y otra vez; o abstención o nuevas elecciones. Ese es su único argumento; el miedo a un proceso electoral con el cual amenaza a diestra y siniestra. En el fondo, en su osadía no está buscando ser investido sino revestido del cargo de presidente.

Haber llegado a este punto no es sino el resultado de un gran fracaso; como el Delfín Luis tampoco ha consumado matrimonio alguno, ni con el centro, ni con la izquierda; solamente el cortejo de nacionalistas y proetarras. Sánchez surgió de un aborto y en lo único que acierta es en regalar prebendas, cargos, agencias, chiringuitos y mamandurrias. Y eso no es corrupción, sino la forma de gobierno que le encanta al socialismo. Reparto de canonjías, entre los suyos, y cestos y más cestos repletos de nada para el resto, excepción del diputado cántabro que lo recibirá con algunos millones de euros para abono de obras de infraestructura. O sea, mercadeo a cambio de votos.

Al pergeñar estas líneas no se conoce el final, aunque este sea indiferente en su resultado. Sea o no sea investido Sánchez, lo que nunca se quitará el mantra de encima es su falta absoluta de legitimidad democrática, ni durante esos manoseados 140 años de historia, ni en los próximos años, en los cuales, el socialismo regirá el país por el consentimiento de todos los grupos que odian al Estado del cual cobran sus emolumentos. Y con la previsible e imprescindible ayuda de la «cagona», pareja del «pródigo» marqués de Galapagar.

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