Dice el viejo refranero español que aquel que se acuesta con niños amanece meado. Iceta despertó ayer inundado por el desprecio del independentismo hacia todo aquello que representa España, aunque él creyera que su socialismo catalanista le iba a librar de tener que arrodillarse -más aún- ante los secesionistas. Es como aquella fábula del vegetariano que cree que por no comer carne los leones hambrientos desistirán de devorarlo.
Ese es el gran error del PSOE en general y del PSC en particular, el de creer que los independentistas están únicamente reaccionando ante una derecha española que ellos califican de antediluviana y el de que, a poco que se ceda en algunas cuestiones simbólicas mediante una reforma constitucional a la carta, todo volverá a su cauce.
Esta fantasía de la izquierda española, alimentada por líderes de escaso fuste como Pedro Sánchez, está llegando a donde resultaba inevitable, es decir, al choque frontal con la realidad. El independentismo catalán, como el vasco, desprecian por igual a la izquierda y a la derecha constitucionalistas españolas. Lo que en realidad sucede es que los secesionistas han podido comprobar cómo el partido socialista, especialmente cuando depende para gobernar de fuerzas antisistema como Unidas Podemos, está dispuesto a tragar ruedas de molino con tal de conservar el poder, y eso hace muy vulnerables a los dirigentes del PSOE y, por desgracia, nos hace muy vulnerables a todos los españoles ante los delirios del supremacismo soberanista.
Por desgracia, podemos confiar poco en la capacidad de reacción del socialismo y en su hipotética vuelta a la centralidad política. Líderes como el tristemente fallecido Alfredo Pérez-Rubalcaba, Felipe González, Alfonso Guerra y algunos otros, claramente opuestos a estos devaneos con el independentismo, son considerados antiguallas jurásicas por este socialismo actual, tan inconsistente y frugal, y tan dispuesto a jugar peligrosamente con quienes buscan nuestro exterminio como comunidad.